Silvia Núñez Esquer
En un desafortunado debut como opinante de cualquier tema,
el nuevo arzobispo de Hermosillo Ruy Rendón, siguiendo la trayectoria de su
antecesor Ulises Macías quiso opinar sobre temas que no le competen. Se
aventuró a afirmar que la homosexualidad es una enfermedad y como algunas otras
tiene un remedio. “Conozco a un sacerdote que es experto en acompañamiento en
madurez humana, doctor en Psicología, él asegura que con tratamiento y terapia
la persona puede cambiar su situación y la tendencia, y yo le creo”, declaró a
un medio local.
Con esa afirmación Rendón se pronunció a favor de una parte
de la sociedad que está haciendo todo lo posible porque la iniciativa del
presidente Enrique Peña Nieto, que amplía derechos a todas las personas para
celebrar su matrimonio sin restricción del sexo de los contrayentes, no sea
aprobada.
El Frente Nacional de la familia ya tiene otro aliado para
seguir su cruzada, que pretende culmine en que dicha iniciativa se deseche y en
cambio se apruebe la iniciativa que delimita la familia a padre, madre e hijos,
limitando los derechos humanos contemplados en la Constitución, para todas las
demás personas que no encuadren en ese esquema.
La voz de Ruy Rendón es la que faltaba para cerrar el
círculo de las cúpulas del poder, ya que el pasado 17 de mayo la gobernadora de
Sonora Claudia Pavlovich, ya se había pronunciado afirmando que en “su” estado
el matrimonio es entre hombre y mujer.
Con la opinión del arzobispo el conservadurismo a ultranza
es avalado por gobierno y jerarquía clerical para avanzar en su pretendido
retroceso hacia la limitación en el ejercicio de derechos de las personas que
no concuerden con su paradigma de sociedad y de familia.
Y es que la iniciativa de reforma constitucional que se
encuentra en el Senado para su discusión, incluye la preferencia sexual entre
otras formas que no deben ser motivo de discriminación, “el varón y la mujer
son iguales ante la ley. Ésta protegerá la organización y el desarrollo de la
familia. Toda persona mayor de dieciocho años tiene derecho a contraer
matrimonio y no podrá ser discriminada por origen étnico o nacional, género,
discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, preferencias
sexuales, o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”, dice el texto
de la iniciativa de reforma al párrafo uno del artículo cuarto.
Con su desafortunada aseveración Ruy Rendón se aleja por
mucho del llamado hecho recientemente por el papa Francisco a pedir perdón a
las personas homosexuales por todo lo que la sociedad les ha hecho. Muestra
además su ignorancia, pues la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró del
catálogo de enfermedades la homosexualidad desde el 17 de mayo de 1990. Esto
inspiró a impulsar que el 17 de mayo se promulgara en 2004 por la ONU como el
Día mundial de lucha contra la homofobia y la transfobia, y en México se
decretara en 2014 como el Día nacional de lucha contra la homofobia.
Sin importar que es un líder de la comunidad católica
disemina la discriminación, la segregación y el rechazo hacia un sector dentro
del cual también hay creyentes católicos. Esto es un riesgo de odio innecesario
creado por la difusión de información falsa, sin sustento científico y sobre
todo, dicho por un personaje que debería dedicarse a ser guía espiritual de las
personas que lo siguen sin distinción de preferencia sexual y fomentar el
respeto en igualdad, tal como lo profesa el cristianismo de donde emana la
religión de la que es representante.
Si entre sus propios feligreses hace distinción y fomenta la
discriminación, el riesgo aumenta. Más aún si ya se habla de que a partir de la
campaña contra el matrimonio igualitario y contra las adopciones de niñas y
niños por parejas del mismo sexo, se ha documentado que familias que aceptaban
y apoyaban plenamente a sus hijas e hijos que manifestaban preferencia sexual
distinta a la heterosexual, hoy los están rechazando y hasta pidiéndoles que
abandonen la casa familiar.
Es decir que las voces conservadoras que pugnan por la
familia, están contribuyendo justo a lo contrario, a dividir al grupo familiar,
a sembrar la discriminación, la segregación, la desprotección que se alimenta
entre los integrantes del mismo.
La intolerancia nunca ha sido la mejor fórmula para las
relaciones pacíficas y en el nombre de Dios y de la familia se han emprendido
muchas guerras. Sobre todo en defensa de la familia patriarcal, misma que es el
prototipo avalado por las jerarquías religiosas, más no necesariamente así por
toda la feligresía.
El avance del matrimonio igualitario ha logrado la
emergencia de una oposición organizada conformada por algunos gobiernos,
algunos jerarcas eclesiásticos y la parte conservadora de la sociedad, que en
Sonora está acostumbrada a imponer sus puntos de vista en leyes, en políticas públicas
y en su implementación.
Históricamente han sido el brazo ejecutor del
conservadurismo oficial para tratar los problemas de violencia contra las
mujeres, del matrimonio y divorcio, de la custodia de los niños y niñas, de las
decisiones sobre los cuerpos de las mujeres. Disfrazados de patronatos, de
asociaciones de asistencia privada han hecho y deshecho.
El problema es que cuando lo que se impulsa es el odio, la
discriminación y se atreven a demandar que un sector de personas tengan
limitados sus derechos humanos, el asunto eleva el tono a riesgo de acciones de
violencia como ya lo hicieron en el congreso de Morelos en donde perpetraron
agresiones directas a los legisladores que se manifestaron a favor del
matrimonio igualitario.
El otro problema es que manipulan la información como lo
intenta hacer el arzobispo pretendiendo definir la homosexualidad como
enfermedad, así como lo hace el Frente Nacional por la Familia, al afirmar que
la iniciativa del presidente pretende imponer la homosexualidad para toda la
población, y que quiere “destruir a la familia”. Aunado a esto, están criando
una generación con odio desde la infancia, pues eso es lo que le dicen a sus
niños cuando los llevan a participar en sus manifestaciones.
Por ello urge que todas las personas heterosexuales se
pronuncien deslindándose si no están de acuerdo en esta cultura del odio hacia
los diferentes. Les corresponde manifestarse si así lo consideran, por una
sociedad abierta, respetuosa de los derechos humanos de todas las personas. Si
ahora no lo hacen, podrían estar lamentando más adelante un acto de odio contra
ellos mismos o contra sus hijas e hijos.
La cultura del odio no distingue causas, pues todo aquel que
se salga del esquema del patriarcado está condenado a ser violentado hasta
nulificarlo. Todas y todos los que nos revelemos a una sociedad en donde los
hombres sean los que sigan decidiendo sobre nuestras vidas, heteronormando las
familias, custodiando los cuerpos de las mujeres y decidiendo sobre éstos,
donde las niñas y niños sean cosas, pertenencias sin derechos humanos,
seguiremos alejados de la anhelada igualdad.
Lo que se juega con el matrimonio igualitario nos atañe a todas y todos,
pues es uno de los escaños hacia el ejercicio pleno de los derechos, sin control del patriarcado. Lo que en
realidad está en juego son los valores patriarcales. Las declaraciones de los
jerarcas, la agrupación del sector ultra conservador de la sociedad no
significa otra cosa, es el patriarcado que defiende su poder. Es el patriarcado
que lucha por sus privilegios y por seguir normando a las familias. Es el
patriarcado el que patalea desesperado.
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