sábado, 30 de julio de 2016

Es el patriarcado el que patalea



Silvia Núñez Esquer
 
En un desafortunado debut como opinante de cualquier tema, el nuevo arzobispo de Hermosillo Ruy Rendón, siguiendo la trayectoria de su antecesor Ulises Macías quiso opinar sobre temas que no le competen. Se aventuró a afirmar que la homosexualidad es una enfermedad y como algunas otras tiene un remedio. “Conozco a un sacerdote que es experto en acompañamiento en madurez humana, doctor en Psicología, él asegura que con tratamiento y terapia la persona puede cambiar su situación y la tendencia, y yo le creo”, declaró a un medio local.

Con esa afirmación Rendón se pronunció a favor de una parte de la sociedad que está haciendo todo lo posible porque la iniciativa del presidente Enrique Peña Nieto, que amplía derechos a todas las personas para celebrar su matrimonio sin restricción del sexo de los contrayentes, no sea aprobada.
El Frente Nacional de la familia ya tiene otro aliado para seguir su cruzada, que pretende culmine en que dicha iniciativa se deseche y en cambio se apruebe la iniciativa que delimita la familia a padre, madre e hijos, limitando los derechos humanos contemplados en la Constitución, para todas las demás personas que no encuadren en ese esquema.

La voz de Ruy Rendón es la que faltaba para cerrar el círculo de las cúpulas del poder, ya que el pasado 17 de mayo la gobernadora de Sonora Claudia Pavlovich, ya se había pronunciado afirmando que en “su” estado el matrimonio es entre hombre y mujer. 

Con la opinión del arzobispo el conservadurismo a ultranza es avalado por gobierno y jerarquía clerical para avanzar en su pretendido retroceso hacia la limitación en el ejercicio de derechos de las personas que no concuerden con su paradigma de sociedad y de familia.

Y es que la iniciativa de reforma constitucional que se encuentra en el Senado para su discusión, incluye la preferencia sexual entre otras formas que no deben ser motivo de discriminación, “el varón y la mujer son iguales ante la ley. Ésta protegerá la organización y el desarrollo de la familia. Toda persona mayor de dieciocho años tiene derecho a contraer matrimonio y no podrá ser discriminada por origen étnico o nacional, género, discapacidades, condición social, condiciones de salud, religión, preferencias sexuales, o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”, dice el texto de la iniciativa de reforma al párrafo uno del artículo cuarto. 

Con su desafortunada aseveración Ruy Rendón se aleja por mucho del llamado hecho recientemente por el papa Francisco a pedir perdón a las personas homosexuales por todo lo que la sociedad les ha hecho. Muestra además su ignorancia, pues la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró del catálogo de enfermedades la homosexualidad desde el 17 de mayo de 1990. Esto inspiró a impulsar que el 17 de mayo se promulgara en 2004 por la ONU como el Día mundial de lucha contra la homofobia y la transfobia, y en México se decretara en 2014 como el Día nacional de lucha contra la homofobia. 

Sin importar que es un líder de la comunidad católica disemina la discriminación, la segregación y el rechazo hacia un sector dentro del cual también hay creyentes católicos. Esto es un riesgo de odio innecesario creado por la difusión de información falsa, sin sustento científico y sobre todo, dicho por un personaje que debería dedicarse a ser guía espiritual de las personas que lo siguen sin distinción de preferencia sexual y fomentar el respeto en igualdad, tal como lo profesa el cristianismo de donde emana la religión de la que es representante.

Si entre sus propios feligreses hace distinción y fomenta la discriminación, el riesgo aumenta. Más aún si ya se habla de que a partir de la campaña contra el matrimonio igualitario y contra las adopciones de niñas y niños por parejas del mismo sexo, se ha documentado que familias que aceptaban y apoyaban plenamente a sus hijas e hijos que manifestaban preferencia sexual distinta a la heterosexual, hoy los están rechazando y hasta pidiéndoles que abandonen la casa familiar. 

Es decir que las voces conservadoras que pugnan por la familia, están contribuyendo justo a lo contrario, a dividir al grupo familiar, a sembrar la discriminación, la segregación, la desprotección que se alimenta entre los integrantes del mismo. 

La intolerancia nunca ha sido la mejor fórmula para las relaciones pacíficas y en el nombre de Dios y de la familia se han emprendido muchas guerras. Sobre todo en defensa de la familia patriarcal, misma que es el prototipo avalado por las jerarquías religiosas, más no necesariamente así por toda la feligresía. 

El avance del matrimonio igualitario ha logrado la emergencia de una oposición organizada conformada por algunos gobiernos, algunos jerarcas eclesiásticos y la parte conservadora de la sociedad, que en Sonora está acostumbrada a imponer sus puntos de vista en leyes, en políticas públicas y en su implementación. 

Históricamente han sido el brazo ejecutor del conservadurismo oficial para tratar los problemas de violencia contra las mujeres, del matrimonio y divorcio, de la custodia de los niños y niñas, de las decisiones sobre los cuerpos de las mujeres. Disfrazados de patronatos, de asociaciones de asistencia privada han hecho y deshecho.

El problema es que cuando lo que se impulsa es el odio, la discriminación y se atreven a demandar que un sector de personas tengan limitados sus derechos humanos, el asunto eleva el tono a riesgo de acciones de violencia como ya lo hicieron en el congreso de Morelos en donde perpetraron agresiones directas a los legisladores que se manifestaron a favor del matrimonio igualitario. 

El otro problema es que manipulan la información como lo intenta hacer el arzobispo pretendiendo definir la homosexualidad como enfermedad, así como lo hace el Frente Nacional por la Familia, al afirmar que la iniciativa del presidente pretende imponer la homosexualidad para toda la población, y que quiere “destruir a la familia”. Aunado a esto, están criando una generación con odio desde la infancia, pues eso es lo que le dicen a sus niños cuando los llevan a participar en sus manifestaciones. 

Por ello urge que todas las personas heterosexuales se pronuncien deslindándose si no están de acuerdo en esta cultura del odio hacia los diferentes. Les corresponde manifestarse si así lo consideran, por una sociedad abierta, respetuosa de los derechos humanos de todas las personas. Si ahora no lo hacen, podrían estar lamentando más adelante un acto de odio contra ellos mismos o contra sus hijas e hijos. 

La cultura del odio no distingue causas, pues todo aquel que se salga del esquema del patriarcado está condenado a ser violentado hasta nulificarlo. Todas y todos los que nos revelemos a una sociedad en donde los hombres sean los que sigan decidiendo sobre nuestras vidas, heteronormando las familias, custodiando los cuerpos de las mujeres y decidiendo sobre éstos, donde las niñas y niños sean cosas, pertenencias sin derechos humanos, seguiremos alejados de la anhelada igualdad.  Lo que se juega con el matrimonio igualitario nos atañe a todas y todos, pues es uno de los escaños hacia el ejercicio pleno de los derechos,  sin control del patriarcado. Lo que en realidad está en juego son los valores patriarcales. Las declaraciones de los jerarcas, la agrupación del sector ultra conservador de la sociedad no significa otra cosa, es el patriarcado que defiende su poder. Es el patriarcado que lucha por sus privilegios y por seguir normando a las familias. Es el patriarcado el que patalea desesperado.

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