Z. Margarita Bejarano Celaya
La trata de personas es considerada como uno de los problemas más
urgentes de atender en la actualidad. Como todos los fenómenos que
tienen su origen en la violencia y la desigualdad social es difícil
verla, porque los mecanismos mediante los
cuales opera están perfectamente imbricados
en el ‘orden social’. Es decir, se trata
de ese tipo de fenómenos que resulta fácil
decir que en Sonora no existen. La realidad
es que existe, pero no todos somos capaces
de verle.
En el mundo, la trata de personas con
fi nes de explotación cuenta con una larga
historia. Desde siempre han existido en las
sociedades grupos de población que han
sido considerados como inferiores al resto
de las personas, como mercancías, y en ese
sentido su venta y compra se han realizado
en franca violación de su dignidad humana.
En este grupo de población en situación
vulnerable, se han encontrado siempre
mujeres, niñas, niños y adolescentes, principalmente.
En el siglo pasado, por ejemplo, se aducía
la “trata de blancas” para referirse a todos
los mecanismos relacionados con la venta,
traslado y compra de mujeres europeas
para actividades de explotación sexual en
diferentes lugares del mundo. Desde 1904
existen mecanismos jurídicos internacionales
para hacer frente a este problema.
Actualmente, la globalización, la mejora en
los medios de transporte y comunicación,
las nuevas tecnologías y la profesionalización
de las redes criminales organizadas,
han hecho de la trata de personas un negocio
billonario de implicaciones sociales
terribles, tan es así que en el año 2000,
en la Convención contra la Delincuencia
Organizada Transnacional –realizada en
Palermo–, se elaboró un documento para
guiar el combate al crimen organizado que
establece lineamientos para el combate y
penalización de los delitos de este tipo y la
protección a sus víctimas, de ahí derivó el
Protocolo para Prevenir, reprimir y Sancionar
la Trata de Personas, especialmente
Mujeres y Niños, mejor conocido como Protocolo
de Palermo.
Es común escuchar que la trata es la nueva
esclavitud del siglo XXI, los mecanismos
de enganche, traslado, los medios que utiliza,
así como la realización comercial y
explotación de personas se han refi nado
y se han diversifi cado también sus fi nes;
si bien es cierto la explotación sexual es
una de las principales actividades en que
desemboca la trata de personas, también
se practica con intención de explotación laboral,
matrimonios arreglados, maternidad
involuntario, tráfi co de órganos y prácticas
de servidumbre, entre otras.
Las condiciones sociales y económicas,
así como geográfi cas de México, desafortunadamente
han hecho que la trata de
personas sea un fenómeno creciente en los
últimos años y que una proporción de la
población, cada vez mayor caiga en condiciones
de vulnerabilidad que le hagan
presa de los tratantes. Infantes, jóvenes sin
oportunidades profesionales o laborales,
las mujeres de todas edades sin acceso al
mercado laboral, en situación de violencia
y sin redes de apoyo son el blanco de redes
locales, nacionales e internacionales que
lucran con sus cuerpos y su fuerza laboral.
Aunque se realizan esfuerzos importantes
por informar a la población de la forma
en que opera este delito, es importante dejar
claro que sin demanda no hay trata. La violencia
de género que cosifi ca a las mujeres
y las ubica como siempre al servicio de los
deseos masculinos, ha generado todo un
mercado para la satisfacción de estas “necesidades”,
aún a costa de la garantía de los
derechos de muchas mujeres y niñas, mientras
las autoridades, en muchas ocasiones
solapan y protegen su existencia.
En este sentido, una de las estrategias
para contrarrestar este fl agelo tendría que
ir dirigido a la población masculina que
demanda mujeres para consumo sexual y a
su castigo ejemplar, garantizando la protección
y derechos humanos de las víctimas.
Doctora en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora margaritabejarano@hotmail.com
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