La violencia contra las mujeres hoy en
día alcanza niveles ofensivos, diariamente aparecen en medios de comunicación,
tanto locales como de cobertura nacional, casos que sacuden e indignan por su
gravedad y por la saña que demuestran. El
pasado 16 de agosto, Rafael intentó asesinar a su ex novia –Katherine- en los
jardines de la Universidad Iberoamericana de Puebla, donde ambos eran
estudiantes. La chica recibió tres puñaladas y en total una decena de lesiones
que ponen en riesgo su vida. El motivo: se resistía a continuar la relación con
el agresor. Algunos testigos -de ambos sexos-, les vieron discutir y escucharon
los gritos de Katherine, pero no intervinieron para brindarle apoyo pues ellos pensaron
que estaban jugando; uno de ellos argumentó que si eran novios no tenían por
qué meterse.
Al llegar al lugar de los hechos, el
director de la Policía Ministerial del estado, declaró: “Es un problema entre
ellos, son pareja; parece que tienen un vínculo sentimental”. Al siguiente día
un portal de noticias publicó: “Después de que el estudiante acuchillara a la
novia, trato de suicidarse con la misma arma, lo que nos hace pensar que estaba
sumamente arrepentido de lo que había hecho”. La Ibero por su parte, lamentó lo
sucedido en un comunicado de prensa, pero afirmó que “ocurrió en medio del
contexto de una interacción de carácter privado” y ofreció ayuda a las familias
de los implicados. Este es el ambiente cotidiano en que se da la violencia feminicida,
uno tal que:
1. Permite,
facilita y acredita que la vida de las mujeres sea puesta en riesgo.
2. Defiende
y justifica a los agresores en su ejercicio de poder y subordinación hacia sus
víctimas, o bien los presenta como enfermos que requieren de apoyo.
3. Consiente
que las instituciones se laven las manos y evadan su responsabilidad en el
respeto y garantía de los derechos humanos de las mujeres y las niñas.
4. Las
y los ciudadanos no sienten compasión de las víctimas, ni responsabilidad de
actuar en su defensa.
En casos de violencia de pareja como el
que enfrentó Katherine, suele argumentarse que suceden en nombre del amor: “la
quería tanto que no podía perderla”, “por eso la celaba”, no la quería
compartir con nadie. Estas afirmación son erróneas y de lo más dañinas, no es
amor lo priva para que una persona –en abuso de su fuerza y poder- agreda y
denigre a otra; sino la intención de dominar, de hacer valer su voluntad más
allá de los sentimientos, deseos y aspiraciones del otro y ello implica negarle
capacidades, tomarle como objeto y desconocerle como sujeto.
En México aproximadamente 8 de cada 10
jóvenes de entre 15 y 24 años que tiene relaciones de pareja, ha manifestado
haber enfrentado algún tipo de violencia en el noviazgo, principalmente de tipo
sicológico. Este incluye: bromas hirientes, chantajes, mentiras, engaños, dejar
de hablar, celar, culpabilizar, descalificar, ridiculizar, humillar en público,
intimidar, amenazar, controlar, prohibir, vigilar en redes sociales, etc. Los
efectos de esta violencia son muy insidiosos toda vez que merma la autoestima y
la capacidad de acción de las mujeres. Es importante recalcar que la violencia
opera de manera combinada y que las mujeres que la enfrentan señalan que se
trata de un continuum, que progresivamente transita a otras formas como la
física y la sexual y pone en riesgo sus vidas.
La violencia contra las mujeres no se
trata de un asunto privado, sino de un grave problema de interés público, uno
que requiere la acción comprometida y urgente de las instituciones y de la
sociedad en el sostenido combate de los mecanismos de reproducción de la
violencia, al mismo tiempo que deben generar las condiciones para que las
mujeres puedan ejercer sus derechos en libertad, principalmente el derecho a una
vida digna y pacífica. Necesitamos sociedad que haga saber a nuestras jóvenes y
niñas, que son valiosas y dignas de respeto, que la violencia no es permisible
ni siquiera en nombre del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario