martes, 12 de febrero de 2008

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Publicado en el boletín Portales de El Colegio de Sonora:

FUERA DE RUTA

“Hasta que la muerte nos separe”: la violencia extrema en las relaciones de pareja
María del Carmen Arellano G*

La violencia contra las mujeres es uno de los problemas sociales que ha estado presente a través de la historia humana y constituye una de las expresiones más crueles de la desigualdad de género; ésta se establece primeramente por las diferencias biológicas y sexuales, pero han sido trasladadas a un orden social que subordina a las mujeres, desde llamarles “el sexo débil” hasta ser objeto de violencia por parte de la pareja sentimental.

En pleno siglo XXI, es vergonzoso pensar que la violencia hacia las mujeres sea un problema que cincela nuestro mundo, a las personas de todas las clases sociales, razas, niveles educativos y socioeconómicos. No podemos mantener los ojos cerrados ante una realidad tan explícita en los cientos de mujeres violentadas por sus parejas. En nuestra ciudad, en el lapso de una semana ocurrieron dos asesinatos de mujeres a manos de sus ex-compañeros sentimentales, expresión extrema de abuso de poder.

Cabe enfatizar que la violencia no solo se manifiesta en los daños físicos, sino que muchas otras formas de violencia son toleradas y consideradas como normales en las relaciones de pareja y en la sociedad en general, como es la violencia psicológica definida en la recién aprobada Ley de General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que además reconoce la violencia económica y patrimonial.

Las manifestaciones de violencia en la pareja van desde los insultos, humillaciones o comentarios peyorativos sobre la persona que causan daño emocional, las golpizas, el abuso sexual, el control sobre los ingresos económicos, el aislamiento, prohibir a la mujer tomar sus decisiones, acciones que no solo atentan contra la salud y la autonomía de las mujeres, sino contra su capacidad de realización como ser humano.

Muchas de las señales de violencia pasan inadvertidas por las propias mujeres, y cuando deciden dar aviso a las autoridades, éstas exigen “pruebas fehacientes”, lo que constituye otra expresión de violencia y subordinación, ya que incluso se responsabiliza y se culpa a las mujeres por la violencia ejercida en su contra, mientras que se victimiza al agresor. Esta situación puede dar lugar a que las mujeres desistan de dar seguimiento a sus casos, aunque no es el único elemento que influye en tal decisión.

Algunas mujeres con relaciones violentas pueden justificar los actos de sus parejas, al asumir que son las causantes de ser violentadas, principalmente cuando no cumplen con sus obligaciones como esposas o en el cuidado del hogar, lo que impide que se identifique la violencia como un problema social y legal. Es así como los roles de género impuestos para hombres y mujeres permean las expresiones de violencia, ya que son asumidos como un mandato a cumplir y que en el caso del hombre, desde temprana edad, se manifiesta en la permisividad para actuar agresivamente para resolver problemas.

Es a través de los patrones de socialización en la infancia que se van aprendiendo e internalizando los modelos exitosos de violencia, en los cuales se transgreden los derechos de los demás con la finalidad de lograr un objetivo y, que en la edad adulta se reflejan en conflictos interpersonales, sociales y contra la pareja sentimental a pesar del afecto y la cercanía.

Las víctimas y victimarios en las relaciones de pareja rebasan a los protagonistas, porque todos entramos en el juego de la violencia, unos ejerciéndola, otros aceptándola y muchos más, ignorando sus expresiones. No debemos quedarnos atónitos frente a una realidad que nos desborda cuando nos enteramos de los hechos como los recientes asesinatos; todos podemos contribuir con un granito de arena para lograr verdaderos cambios en la estructura de la sociedad, siendo conscientes y asumiendo las responsabilidades que como sujetos sociales tenemos en la reproducción de la violencia en sus distintos niveles y expresiones.

La suma de voluntades debe dirigirse a propiciar condiciones sociales basadas en la equidad, la justicia y el respeto a cada uno de nuestros semejantes, sobre todo con los grupos más vulnerables, como las mujeres, y que nuestra indignación sea motor de acciones que permitan la libre expresión de sentimientos, pensamientos y creencias sin transgredir los derechos de hombres y mujeres.*Asistente del Centro de Estudios en Salud y Sociedad de El Colegio de Sonora,
marellano@colson.edu.mx

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