FUERA DE RUTa
Elizabeth Cejudo Ramos*
Generalmente las preguntas de mi hija de 9 años me sorprenden. Casi siempre debo hacer una pausa, comprar tiempo para atinar a darle una respuesta satisfactoria. Una tarde, de camino a casa, la pequeña copilota me dice: "mamá, ¿me ayudas a abrir un blog?" No me preguntó qué era ni cómo funcionaba, ella ya lo sabía. Sólo necesitaba la autorización. No pude evitar recordar que a su edad, la única forma de interactuar con mis compañeros fuera del salón de clase era jugando a la hora del recreo. La petición fue concedida, con todas las reservas del caso. Ella creó su espacio en internet, sólo para chicas, del cual se olvidó a los pocos días.
Apenas esta semana, leía en la prensa que los administradores de la red social Facebook eliminan diariamente 20 mil cuentas manejadas por menores de 13 años, lo cual nos indica que cientos de miles de estudiantes de educación básica cuentan con espacios en esa red o utilizan diversos sitios para su entretenimiento, pues prácticamente todos los productos que consumen les ofrecen más diversión en línea. Es natural que cada generación desarrolle habilidades para el uso de tecnologías que le son contemporáneas, ello no implica que como padres no nos tomemos unos minutos para reflexionar sobre el uso que nuestros hijos le dan a dichos medios.
No hace mucho tiempo, la posibilidad de acceso a lo público a través de los medios de comunicación era un privilegio que pocos tenían, los grandes conglomerados mediáticos poseían el control absoluto sobre el flujo de información a nivel mundial. Internet le ha dado al ciudadano común la posibilidad de entrar a la arena pública (aun cuando su audiencia sea reducida) y compartir sus percepciones.
Si bien es cierto, el nivel de influencia de las redes sociales frente a eventos políticos y sociales se encuentra a debate, también lo es que el uso de las mismas ha dado un giro a las relaciones interpersonales y procesos de socialización. Mucho se ha hablado de los peligros que enfrentan los menores de edad en su papel de consumidores de información generada en los sitios web, y aunque considero que es un tema de importancia central, me gustaría enfocarme en la contraparte: ¿qué sucede cuando, además de consumidores, nuestros hijos son emisores?
El bullying, que aduce al maltrato o intimidación ante iguales, es un término del que se ha hablado bastante en los últimos años. La idea del chico solitario de nuestros programas de televisión favoritos deja de ser adorable cuando leemos reportes de lesiones, depresión infantil e incluso suicidios a causa del maltrato constante recibido por parte de sus pares. El asunto se torna más preocupante cuando los culpables actúan desde el anonimato, respaldados tras la identidad secreta que les proporciona internet.
El llamado ciber-bullying comprende todas aquellas acciones de acoso, maltrato, burla y cualquier actitud intimidante hacia otra persona a través de sitios web. Se incluyen, además, los registros en fotografía y video de los ataques hacia compañeros y compañeras dentro de la escuela. Evidentemente, con todo y el anonimato, en el círculo cercano del afectado se encuentran sus acosadores. Es probable que quienes lleven a cabo estas prácticas no comprendan bien a bien las consecuencias de sus actos. Al final de cuentas, son niños que se encuentran todavía en proceso de formación y maduración. Por ello, se hace necesaria la intervención paterna y materna para ejercer una vigilancia hacia las actividades realizadas en internet por nuestros hijos.
Un grupo de académicos ingleses plantea la necesidad de implementar un programa de educación mediática al interior de las primarias y secundarias, a fin de capacitar a los estudiantes sobre los alcances de los medios de difusión y buscar formas para que los jóvenes hagan un mejor uso de esos recursos. El programa ha sido aplicado con éxito en varios países europeos y sudamericanos; es claro que ese tipo de proyectos difícilmente llegarán a nuestro país, pero en tanto se logra, la responsabilidad recae en los padres de familia.
Todos esperamos que nuestros pequeños no entren en la categoría de víctimas o victimarios. Sin embargo, es imposible saberlo y resolverlo si estamos ajenos al mundo real y virtual, dentro del cual se desarrollan.
*Asistente del Programa de Maestría en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora. Correo electrónico: ecejudo@colson.edu.mx
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