domingo, 1 de agosto de 2010

¿Qué podemos esperar de las mujeres?


Z. Margarita Bejarano Celaya
“¿Es de tu amiga la fea?”, dijo el niño para referirse a la máquina de hacer burbujas de mi hija. “No quiero jugar con ustedes. Las mujeres son tontas” continúo, no sin antes dar un empujón a una de las niñas que le invitaba a jugar, y concluyó: “Los hombres siempre somos más inteligentes que las mujeres y hacemos más cosas, como fumar y tomar cerveza”. Yo no salía de mi asombro. Sin esperarlo la salida al parque se convirtió en un ejercicio de observación  sumamente interesante. Mi vecino de escasos siete años mostró un comportamiento francamente misógino. No puede evitar imaginarlo a la vuelta de unos años ebrio y violentando a su esposa o a cualquier mujer con que conviva.
Esa misma semana llevé a mi hija a ver Toy Story 3. El filme cumplió su función de divertir, admito que reímos mucho; sin embargo, por el lado educativo me decepcionó. Es preocupante que el público infantil que sigue la saga de la película, interiorice la forma estereotipada en que se trata a los personajes y debo señalar la violencia que se ejerce contra las figuras femeninas y a todas las que rompen con el deber ser que socialmente se asocia a cada sexo. Especialmente me llamó la atención el diálogo en que algunos juguetes masculinos, humillan a Ken (el eterno acompañante de Barbie) y desprestigian el poder de sus actos, al reprocharle: “qué se puede esperar de un juguete de niña”. No hay que ser superdotada para entender el texto entre líneas: de las niñas -como de sus juguetes- no se pueden esperar grandes cosas, porque son tontas... así, tal como afirmó mi pequeño vecino.
Los botones expuestos dan muestra del tipo de actitudes -sutil o flagrantemente- sexistas que están presentes en la cotidianeidad de nuestras vidas. Niñas y niños aprenden en el seno de sus hogares que la posición de las mujeres es de servicio a los demás y  de sumisión ante la opinión masculina y que por lo tanto, sus actos, sus saberes e intereses son carentes de valor. El uso de estereotipos ayuda a la transmisión de esas actitudes erróneas y discriminatorias. Un estereotipo es el reflejo de la desigualdad y de la injusticia. Se trata de una imagen irreflexiva que se transmite y que juzga características de las personas o los grupos sociales. El juicio que emite de las cualidades de hombres y mujeres es generalmente negativo y se generaliza sin sustento. Ejemplos de estereotipos con base en el sexo de las personas son: las mujeres son tontas, más si son rubias; los hombres siempre son fuertes, valientes y rudos; las mujeres requieren protección; todas las mujeres son maternales; los varones no lloran o no prestan atención a su imagen, entre otros. En el documental de Melel Xojobal ¿Y las niñas?, disponible en la red facebook: www.gendes.ac, se explica cómo los estereotipos son aprendidos y reproducidos por las y los niños, que crecen con una idea falsa del lugar y el valor que merecen en la sociedad: las niñas hacen quehacer y los niños juegan; los niños trabajan y son valiosos, las niñas ayudan en la casa y sufren. Estas son las ideas con que crecen y que luego materializan en prácticas discriminatorias, como producto de la educación que reciben.
Durante estos días he tenido en mente la interrogante de los juguetes de Toy Story: ¿qué podemos esperar de las mujeres? La dinámica vacacional me ha dado oportunidad de observar cómo independientemente del lugar, del nivel de escolaridad y de la posición económica,  muchas mujeres son el blanco de humillaciones, violencia y son explotadas por sus propias familias, pero también he visto todo lo que recibimos de las mujeres.
He visto cómo en el campo y la ciudad hombres de todas las edades casi mueren de hambre porque la mujer/esposa/madre/abuela/hermana no les ha servido un plato de comida; cómo un joven no sale temprano a divertirse porque no hay quien le planche su camisa; cómo otras tantas mujeres fueron incapaces de contestar una pregunta o tomar una decisión porque tenían que consultarlo con la pareja.  Vi mujeres trabajar incansablemente para que los esposos, hijos e hijas, nietas/os o hermanos se alimentaran, vistieran aseadamente, tomarán medicamentos, cumplieran con las tareas del curso de verano y saciaran todos sus antojos vacacionales. Con honrosas excepciones vi el mismo trabajo por parte de los varones, pero a muy baja intensidad. Lo anterior responde a la pregunta que nombra este artículo: de las mujeres podemos esperar vida, porque sus actividades sostienen a la humanidad y la cuidan. No creo que realicen todo este trabajo sólo gusto o por amor, sino porque si no es por ellas nadie más lo hace.
De continuar con la organización actual de nuestras familias, de la sociedad, podremos esperar que esta injusta distribución del trabajo siga y que las mujeres sigan siendo explotadas. Afortunadamente sabemos  también que la educación puede cambiar esta estructura.
Artículo de Margarita Bejarano Celaya, publicado en periódico Expreso, 31 de julio 2010, sección general, página 6

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