domingo, 7 de agosto de 2016

Aislamiento y pobreza en Bacanuchi



Epicentro del envenenamiento del Río Sonora conmemoró el segundo aniversario

Silvia Núñez Esquer

Bacanuchi, Sonora, 7 agosto 2016.- En Bacanuchi, Sonora hubo una fiesta, una fiesta a la solidaridad. Es sábado 6 de agosto y la gente recuerda el segundo aniversario de macro derrame de metales pesados en el Río Sonora. Y es que Bacanuchi es el epicentro del desastre, ahí comenzó todo, y así como corre el agua río abajo, ahí empezó a correr la desgracia para los pueblos del río.

Ejido perteneciente al municipio de Arizpe, el poblado cuenta con alrededor de 200 habitantes, según nos cuenta María Clara, mientras nos convida café preparado por ella misma en su casa. Bacanuchi es un lugar en donde las mujeres tienen un lugar preponderante como protagonistas de las decisiones. María Clara López Rodríguez, es comisaria municipal así como María Rosa Vázquez, es Secretaria del comisariado ejidal. 

Mi función es ver que todo esté bien en el pueblo, resolver los problemas y si hay cualquier situación, solucionarla y si es más grave, llevarla a Arizpe para que allá determinen qué hacer, dice con firmeza María Clara, poseedora de una decidida voluntad para resolver.

Un grupo norteño toca para acompañar la comida abundante que han preparado las mujeres para agasajar a quienes les visitan de Hermosillo, Ures, Baviácora, Arizpe, Aconchi, así como periodistas corresponsales de medios nacionales e internacionales que van a dar cuenta del estado en que se encuentra una de las poblaciones más afectada por el macro derrame de 40 millones de litros -40 mil metros cúbicos-  de solución de cobre acidulado en el río Bacanuchi y río Sonora. 

“Mataron una vaca para la comida para todo el pueblo y para las visitas”, cuenta la gente con el tono de felicidad de los buenos anfitriones. Llegados desde una brecha que une a Arizpe con Bacanuchi, en donde los deslaves, las piedras a medio camino, y los estragos en el suelo producidos por la época de lluvia, hacen que los carros más que ir por una carretera o camino vecinal, vayan sorteando una suerte de escalones, vados y bancos profundos de fango fresco, donde los vehículos se atascan en medio de la nada. 

Empezamos a ver la realidad de Bacanuchi, aislado, con señal de teléfono intermitente y eso de una sola compañía. Nos recuerdan que hay otro camino, igual de terracería, que va de Bacanuchi a Cananea y de ahí podemos retornar a nuestros lugares de partida, por carretera pavimentada. Sin embargo, ese camino es de Grupo México. Así nos lo anuncian, es el único por donde se puede transitar ese tramo y fue abierto por la empresa que los tiene sumidos en la pobreza al ser la causante del derrame de la mina Buena Vista del cobre.

Y sí, al retornar nos vamos rumbo a Cananea, siguiendo el camino de GM, sorteando bancos de fango de los cuales salimos de milagro todos los carros de la caravana dirigida por el Grupo PODER, y acompañados por integrantes de la Red Fronteriza de Salud y Ambiente.

PODER se ha dedicado a acompañar jurídicamente a los pobladores y recientemente anunció el primer logro al obtener un amparo en un juzgado de Arizona para obligar a GM a transparentar la información sobre la verdadera situación del envenenamiento del río. 

También ha capacitado a los comités de cuenca de cada pueblo, para que se organicen y utilicen las herramientas ciudadanas para la lucha que esperan ganar contra lo que ya llaman monstruo como sinónimo de Grupo México. 

Y ahí frente a nosotros están las mujeres, las de Baviácora, las de Ures, las de Aconchi, pero sobre todo, las de Bacanuchi, las menos vistas por ser las más aisladas. Escuchamos a Karen Francisca Peña Laguna, joven madre que ha vivido las afectaciones en sus niños, a quienes ha atendido en forma particular en Cananea, Sonora. Jugaron con nuestra salud y con la de nuestros niños, y eso no se vale, lamentó. 

María Cristina Salinas, de Bacanuchi expuso que cuando ocurrió el derrame hace dos años, ella tomó agua contaminada. Ha padecido problemas de salud respiratorios y de movilidad,  narró.

Esperanza García Martínez, de Bacanuchi, pidió a los periodistas que sean voceros de lo que está sucediendo con la economía, con el derrumbe de la vida cotidiana que tenían antes del 6 de agosto de 2014. No se callen como se ha callado ese señor  Peña Niego, pidió. Denunció que no han sido atendida la salud, y el fideicomiso, era para abrir pozos nuevos e instalar plantas potabilizadoras, lo cual no ha cumplido. 

Se perdió mucho en agricultura, en ganadería, el dinero que les dieron del fideicomiso, los 15 mil pesos ya se acabó. Hay personas mayores que viven con el programa Setenta y más, que cuando les quedan veinte pesos se ven en la disyuntiva de comprar comida o comprar un garrafón de agua, denunció. 

Francisca García Enríquez, de La Estancia de Aconchi, refrendó que Bacanuchi no está solo, está apoyado por los siete municipios del río Sonora y sus localidades. No es posible que el gobierno no pueda obligar a la empresa a instalar las plantas potabilizadoras a dos años de la conflagración. La mina se lleva toda el agua y las ganancias, mientras ni siquiera Bacanuchi puede ir a Cananea porque el camino está destrozado. A las autoridades les advirtió que no se van a callar. 

Francisca García Gómez narró que llegó de Nogales en 1981, a Bacanuchi, al casarse con un ejidatario. Pueblo alegre, pintoresco, con aguas cristalinas, con variedad de animales. Y el derrame vino a destruir la salud, el ambiente, la economía, una desgracia, dijo. Exhortó a unirse y luchar para destruir al “monstruo”, pues al menos de ahí de Bacanuchi solo muertos los van a sacar. 

Nacida y criada en Bacanuchi, Rosa María Vázquez habló del antes del derrame en el río Bacanuchi y de la vida tranquila, honesta, de trabajo que llevaban, vida que les cambiaron. El 6 de agosto de 2014, sus aguas que eran cristalinas, se podían beber, fueron cambiadas por un color marrón, espeso, que todo quemaba a su paso. 

Denunció cómo fue hasta los dos días del derrame cuando veían gente desconocida recolectar muestras, y fue hasta entonces que les avisaron que el agua estaba contaminada. La vida propia fue muriendo. Reveló que la planta potabilizadora, única de las treinta y tres que les prometieron funciona solo tres horas al día porque no está pagada la luz y funciona con un generador a diesel que ellos deben pagar. Bacanuchi está en pié, unido y dispuesto a luchar, finalizó. 


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