Agua envenenada
REPORTAJE
Silvia
Núñez Esquer
Río Sonora,
septiembre 2014.- No hace falta avanzar mucho río arriba para divisar a las
primeras mujeres que se integraron al programa de empleo temporal que se abrió
ante la emergencia en la cuenca del Río Sonora. El envenenamiento del agua por
un derrame de ácido sulfúrico en la mina Buena vista de Cananea, Sonora, a
principios de agosto trastocó la vida de quienes vivían tranquilas en
actividades domésticas y comerciales, principalmente elaborando productos
típicos que ofrecían a visitantes, y enviaban a Hermosillo, entre otras
ciudades del Estado.
Jamoncillo,
pan, tortillas y chiltepín son algunos
de los alimentos que ellas producen y recolectan para venderlos siendo la
principal actividad productiva en la que participan. A 79 kilómetros de
Hermosillo, en Ures, ex capital del Estado, muchas son las mujeres, en su
mayoría amas de casa que decidieron inscribirse en el programa temporal
cortando maleza, limpiando parques públicos.
Ante el
derrame de ácido sulfúrico y otros químicos directo al río Sonora, ellas
tuvieron que cambiar los utensilios de cocina, sus charolas donde hornean el
pan y comales donde cuecen las tortillas de harina sobaqueras, por azadones,
picos y palas. Ataviadas con gorras, lentes obscuros y paliacates en el cuello
pasan las horas en el rayo del sol que sube a más de cuarenta grados,
arrancando el zacate y hierba que ha crecido abundante por las lluvias.
Enfrente,
el local de la Cruz Roja es centro de distribución de agua purificada. A un
lado de éste una gasolinera y una tienda de conveniencia niegan el uso del baño
público porque no hay agua. Igual que en las casas el agua está restringida, dos
garrafones de 19 litros de agua purificada para cada familia, y seis garrafones
para quienes tienen negocio de venta de comida. La otra agua, la del sanitario,
o aquella que se usa para lavar el carro, refrescar el cooler o trapear, está
saliendo de un pozo. Es el pozo “De la colonia”, ubicado frente a una iglesia
cristiana, enseguida de casas habitación y siempre rodeado de pipas con el logo
del Grupo Mexico, que esperan cargar agua para irla a distribuir a los diversos
sectores de Ures, y otras, para conducirla hacia Mazocahui (30 kilómetros
arriba) y Baviácora (21.6 Kilómetros más).
Y es que
las mujeres afectadas dicen que según las autoridades los pozos de Ures no
están contaminados, aunque muestran cierta desconfianza. Esto es porque el pozo
de La colonia se encuentra muy cerca del río, que, aunque seco en ese tramo,
les han instruído que no se acerquen a él. Por su parte, Baviácora, San Felipe
de Jesús, Aconchi, Arizpe, Banámichi, y Huépac, sí han sido avisados de que sus
pozos fueron contaminados por lo que dependen del agua de Ures.
En nuestro
recorrido poco a poco nos damos cuenta que Grupo México se ha adueñado del río,
de la ciudad, de las operaciones de emergencia, hasta de los depósitos de
basura. Y que Ures, Mazocahui y Baviácora parece pueblos fantasma. Las mujeres
se quejan de excesivo trabajo. Han vuelto a cargar cubetas de agua como sus
abuelas. Pero hoy no las traen del río sino de las pipas. Duermen mal pues
deben estar pendientes de las dos horas en que llega el agua por la llave, algunas
veces durante la madrugada, pues es con la que llenan la lavadora para limpiar la ropa.
El panorama
luce desolador, nadie compra nada, los productos se van quedando, pues nadie
quiere comer ni beber nada que no sea embotellado o empaquetado de origen y
traído en esa forma. Todas dicen que el gobernador “habló muy bonito” cuando
fue, pero que la única ayuda que han recibido es el agua y una despensa. Sin
embargo, coinciden en que la afectación no se soluciona solo con garrafones de
agua, y que temen que eso sea sólo en las primeras semanas y no tienen la
garantía de que sigan surtiendo como hasta ahora.
Mujeres con
azadón
Flor
Martínez Pacheco, originaria de Ures, es una de la mujeres que aprendió a usar
el azadón. Su esposo se dedica a comercializar jamoncillo, queso, verdolagas, y
bledos, pero ante la contaminación del río la gente de Hermosillo, principales
consumidores ha dejado de comprarlos. Por medio de la Secretaria de Desarrollo
Social, fue que las reclutaron para emplearse temporalmente, con un salario de
804 pesos semanales. Al principio les ofrecieron trabajo de dos semanas, pero
posteriormente les avisaron que estarían una semana más. A diferencia de su
esposo que trabajaba cuatro días a la semana, obteniendo un ingreso de más de
mil pesos por cada día, ella aporta poco más de 100 pesos diarios trabajando
desde las seis a las 11:30 de la mañana. Ante la perspectiva que dan las
autoridades que estiman tres meses y una semana para que pase la emergencia,
Flor está preocupada pues no sabe qué va a pasar, pues el dueño de la mina
Buenavista (Grupo México) no se ha hecho responsable de los perjuicios
ocasionados a las y los pobladores de las comunidades del río que la mina envenenó
con ácido sulfúrico y otros químicos.
Irma
Arriola produce pan, coyotas, empanadas y tortillas de harina de trigo y se
encuentra muy afectada en su economía. “Estamos batallando por el agua para
lavar”, pues a veces la pipas les dan y otras veces no, explica. El agua de
garrafón aunque medida, no les ha faltado, pero sí la otra. Como ama de casa
siente la carencia de agua para lavar trastes, para cocinar, y para preparar
los productos que vende. La desconfianza
de la gente a la que ofrece sus panes es una nueva sombra que la persigue. Antes
que nada, le preguntan con qué agua los preparó. La pala y el rastrillo no eran
herramientas que ella hubiese utilizado anteriormente, pero ha tenido que
familiarizarse, pues dejó de trabajar en lo suyo para buscar seguir con la
manutención de su hijo que pronto entrará a la preparatoria.
Esposa de
jornalero, María Clara García Aguilar es otra de las mujeres que limpia parques
en Ures. Fue la situación económica la que la llevó a apuntarse para el empleo
temporal que ofreció Sedesol. Andar con la pala es mucho más pesado que las
labores de ama de casa, comenta. Como muy mal califica la situación, pues los
paseos se acabaron. “La cuesta” es el lugar preferido para los habitantes de
Ures, pero entre los cambios de vida que están experimentando es que se
acabaron los paseos al río, así como la estabilidad económica de que gozaban
antes del derrame de tóxicos en el río Sonora. Espera obtener algo de ingreso
pues tiene una hija que ingresó a una carrera en una Universidad privada, por lo que espera le
alcance para apoyarla.
Otra de las
ahora trabajadoras de la pala y el azadón, quien prefiere que no se mencione su
nombre, opinó que las mujeres siempre sufren más ante una crisis de esta
naturaleza. Es muy pesado el trabajo en el empleo temporal y todavía deben
llegar a su casa a corretear a las pipas, a cargar las cubetas de agua, y “de
pilón” corretear el agua para beber. Al principio estaba muy bien todo, pues
les daban el agua casa por casa. Después de tres semanas son ellas quienes
deben ir a solicitarlas en los centros de distribución. Además les limitan a un
garrafón por familia y eso no suficiente,
pues sólo alcanza para beber, pero no para preparar los alimentos. El
apoyo ha ido disminuyendo cada vez más, es menos el agua de las pipas, denuncia. La economía se vino a pique porque
muchas actividades no se pueden realizar. Un ejemplo es su esposo que trabaja
como ayudante de albañil, y en muchas partes no pueden trabajar porque no hay
agua para las mezclas. Ella hacía empanaditas y tortillas por pedido, pero eso
quedó suspendido ante la emergencia. El
trabajo temporal es muy cansado, y todavía deben llegar a cargar agua
para las necesidades domésticas. Considera que las autoridades ya no están
dando ni la información correcta, les dijeron que los pozos no estaban
contaminados y sí estaban “no sé por qué no dicen la verdad, así nos
cuidaríamos más”, lamenta. El miedo es
otro fantasma, nadie quiere acercarse al río. Las escuelas pospusieron el
reingreso a clases hasta el lunes 1 de septiembre, pues no había cisternas ni
estaban preparadas para contar con el agua suficiente. Los moscos son una
presencia que amenaza con convertirse en plaga y esto empieza a irritar. Crece
el temor por una posible epidemia de dengue, pues en todas las casas hay agua
cumulada en baldes, tambos y todo tipo de recipiente, muchos de ellos sin tapa,
y sólo una vez han fumigado desde que empezó la crisis.
“Antes no
nos limitaban el agua, pero ahora sí. Tampoco nos quieren dar paquetes de
botellitas para la escuela de los chamacos”, acusa Patricia Salomé Villa Mejía,
quien también se enroló en el empleo temporal. Con pala y rastrillo en mano nos
cuenta que su esposo hace trabajos de soldadura y todo tipo de reparaciones,
pero el trabajo ha bajado pues no hay circulación de dinero. A veces las pipas
no les dan agua, por lo que tienen que ir a corretearlas, “son muy trabajosos”.
Se les junta la ropa sucia, y con la limitación del agua purificada tienen una
disyuntiva: “O tomas agua o haces comida”.
Para Silvia
Montoya Molina, comerciante en Ures la afectación es severa. Con una ubicación
privilegiada, frente a la plaza principal, su restaurante hoy luce vacío, igual
que la plaza que sábado y domingos solia permanecer llena de familias que
acuden a pasear y consumir algunos de los alimentos y golosinas que en los
negocios aledaños están a la venta. La crisis la están viviendo con más
trabajo, pues ahora se les acumulan más tareas al tener que buscar agua para la
sobrevivencia. Como comerciante su ingreso ha bajado a menos de la mitad. Para
solucionar el suministro de agua considera que la estrategia es lenta, pues
podrían abrir más pozos y no lo hacen. Su principal clientela es la gente que
procede de Hermosillo como visitante y que ha dejado de ir. Los abonados a
quienes atiende también se fueron pues bajó el trabajo por la falta de agua.
Considera que si bien Grupo México es el que provocó la afectación, también el
gobierno es responsable pues no vigiló ni hizo cumplir la ley.
Totalmente
afectada psicológica y físicamente se considera Magdalena Trujillo Félix,
maestra de preescolar con diez y ocho años de servicio. Cargar cubetas,
garrafones, esperar el agua, ha aumentado el estrés de las mujeres, pues
mientras hacen una labor, al mismo tiempo están realizando otra por la lentitud
del nuevo método de obtener el agua. Como
maestra tiene que poner el ejemplo de higiene y para lograrlo tiene que
trabajar más. Por su calle no pasan las pipas pues sólo existen oficinas de
gobierno y los entregadores piensan que no hay casas por ahí. Por ello tiene
que corretearlos. Son muchos los factores que están afectando a las mujeres. Si
antes tenían que levantarse temprano para preparar todo, ahora deben hacerlo más temprano para acarrear las cubetas para
bañarse y para que lo hagan sus hijas e hijos. Considera que no debería haber
clases pues se corre riesgo, dado que dependen de que la cisterna esté llena
para que funcionen los baños. Es muy seria la situación, y no deberían iniciar
todavía las clases. Es una psicosis generalizada y es una desesperación de
todos por solucionar, sin medir la importancia del riesgo. Las clases ya se
habían suspendido y se reanudaron cuando se dijo que Ures ya tenía agua, lo
cual no es cierto, asegura. Les han hablado de un mes de plazo mientras abren
otro pozo, pero nada seguro. Magdalena criticó la distribución que hizo el
ayuntamiento de Ures, de tinacos proporcionados por la Sedeson, pues hubo
privilegios. Al grado de que algunas personas que ya tenían tinaco, obtuvieron
otro. En cambio, personas como ella que no tiene ninguno, siguen sin contar con
un depósito adecuado de agua. El sindicato de maestros prometió proporcionarles
un tinaco, pero como se apuntaron 160 maestras y maestros, no ha podido cubrir
el gasto y no ha entregado ninguno. Aquí también se dispersa el miedo pues
niños y adultos temen acercarse al río ya que piensan que el agua está
envenenada, pero no sólo la que corre, sino la que está en el subsuelo. “Y en
cierta forma, tienen razón”, finaliza.
El estigma
Veintiún
kilómetros más delante de Ures, Gloria Esther Martínez Atondo y su esposo
atienden un pequeño restaurante ubicado en la carretera Mazocahui-Baviácora. Es
medio día y sólo vendieron un desayuno por la mañana, nada más. Están
desesperados pues el negocio es de los padres del esposo quienes tuvieron que
ir a Hermosillo a atender al señor pues empeoró su diabetes ante los acontecimientos
que cimbraron al pueblo recientemente. Gloria Esther narra con desolación cómo
toda la producción de chiltepín que está en el patio de sus suegros será
desperdiciada en plena temporada, pues no tienen autorización para venderlo, a
pesar de que creció antes del derrame. La emergencia sucedió en el peor de los
momentos, en verano, cuando los pueblos del río reciben una de las mayores
derramas de turismo que gusta de acampar y pasear en las aguas cristalinas y
tranquilas del río Sonora, mientras comen los productos locales. Todo eso está
paralizado pues nadie quiere visitar la rivera del río, rechazan la carne, las
tortillas y coricos, son vistos con
malos ojos, y los chiltepines se van quedando en las bolsitas en las que
estaban listos para que los viajeros los compraran en las paradas que suelen
realizar para adquirirlos. El chiltepín curtido, tan demandado en esta
temporada, se va quedando acumulado sin ser comprado. A la pipa tiene que ir a
buscarla, y es tal la necesidad del agua que al no contar con tinaco, lavó un
tambo de la basura para poder almacenar agua de la que reparten las pipas. A
tres semanas del derrame, nadie quiere compararles la comida porque piensan que
la carne está envenenada, sólo compran jugos cerrados y sodas. Mazocahui pertenece
al municipio de Baviácora, pero Gloria dice que aquí la gente no está
organizada, por lo que no los atienden según la magnitud de la emergencia. A
ella sólo le surten un garrafón de agua purificada cada día y como tiene tres
niños, no le alcanza. “Pasan los carros del empleo temporal y aquí no llegan.
Es malo estar sin saber. Estaría bien que la Secretaría de salud venga a
decirnos algo del dengue. Todo se lo llevan a Baviácora. Necesitamos que a
nosotros también nos ayuden, pero aquí
la gente no está organizada y nadie avisa de nada”, relata.
Una de las
mujeres que más lamenta la contaminación del río Sonora es María Luisa Ugue, Doña
Licha, pues ella nació, y siempre ha vivido en Mazocahui, Sonora. El río es
parte de su vida desde que era niña. A sus 74 años no recuerda haber visto una
afectación similar. Huérfana de madre, se crió con su abuela Luisa quien tenía
un restaurante, entonces único en las setecientas curvas que conforman la
sierra de Mazocahui. Recuerda que del río traían el agua para tomar, se iban a
bañar al río y ahí también lavaban tallando la ropa en piedras. Se recuerda con
una olla y un balde en la cabeza cargando agua hacia la casa. Después que tuvo
a sus seis hijos recuerda haber lavado hasta veinte pantalones en una jornada. De
la milpa traían sandías, calabazas, elotes y quelites, “Éramos muy pobres, pero
muy felices”. Le da mucha tristeza ver lo que se perdió con la contaminación
del río pues es parte inherente al pueblo. Para ella el río se murió, pues ha
escuchado que tardará años en limpiarse.
“Se acabó todo”, afirma.
Dudan de su
afectación
Siguiendo
por los pueblos del río Sonora, llegamos a Baviácora y encontramos a Luz
Mercedes Apodaca Corrales, cuyo rostro quemado por el agua del río dio la
vuelta al mundo hace unos días. Sus quemaduras por químicos están ahora
cubiertas de una gruesa capa de medicamento en forma de pasta blanca que debe
cambiar tres veces al día después de asear su cara con un líquido especial. Después
de narrarnos una vez más cómo es que se enjuagó la cara cuando decidieron ella
y su familia parar un rato en el río y desconociendo la situación de peligro,
entró como lo han hecho tantas veces en el tramo de San Felipe de Jesús. Tres
veces fue al centro de salud pues no comprendía lo que le estaba pasando. La
doctora terminó recomendándole que se fuera a Hermosillo a atender y así lo
hizo. Un dermatólogo y dos patólogos la han revisado y tomado muestras. Esta
semana tendrá resultados de varios estudios realizados, y sabrá con exactitud
el impacto de los daños. A Luz Mercedes, quien ha sido una de las personas más
afectadas por contacto directo con el agua contaminada le brotan lágrimas cuando narra cómo hay
periodistas que han puesto en duda que su reacción en la cara haya sido
motivada por el agua del río. Describe entonces el ardor, dolor y las ampollas
de gran tamaño que aparecieron en su cara, produciendo no sólo dolor en la
piel, sino afectaciones en los oídos y ojos. Muestra su pierna derecha con las
secuelas de las quemaduras, explicando que el doctor le dijo que en la cara
había sido mayor la reacción por ser una piel más delicada.
No pagan a
los piperos
La
situación se agrava dia a día pues no han sido liquidados los servicios a
piperos que fueron reclutados de diversas partes de Sonora. Cuatro mil
quinientos pesos diarios es el precio acordado, y son diez y seis días los que
han trabajado distribuyendo agua en Ures, Mazocahui y Baviácora, sin que les
hayan pagado. Ricardo Valtierres, pipero de Cumpas comenta que al principio les
dijeron que serían diez días de contratación, lo cual se prolongó por más
tiempo, a tal grado que él calcula no menos de dos meses para que se normalice
la situación del agua. En relación a la afectación por el derrame de ácido
sulfúrico, comentó que en Nacozari también se encuentran unos jaleros y que el
muro de contención que los contiene hace mucho que se rompió, por lo que cuando hay lluvias, todas las
sustancias tóxicas contamina el río Moctezuma,
pasando por Cumpas, y desembocando en la presa El Novillo.
La crisis en
los pueblos del río Sonora es severa, es una verdadera emergencia pues ni
siquiera hay un estimado del tiempo que tardarán en limpiar el río. Las mujeres
entrevistadas comentan que unos dicen que tardará meses, otros llegan a
mencionar de diez a quince años para que vuelva a estar limpio. Pero no existe
una información oficial que explique a las y los pobladores con exactitud la
magnitud de la afectación, cuáles serán
las consecuencias y a cuánto tiempo. Los animales siguen tomando agua y
caminando sobre el lecho del río, no obstante los avisos de contaminación. Sin
embargo, ni el sector salud, ni las otras dependencias han emitido una alerta por
la magnitud de lo ocurrido. El río está envenenado, y la población empieza a
desesperarse, pues si sigue la paralización económica, pronto habrá un
desplazamiento forzado masivo ante lo que algunos se lamentan diciendo: “Nos
mataron al río”.
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