miércoles, 3 de septiembre de 2014

Las mujeres del Rio Sonora frente a la crisis por la contaminación



Agua envenenada

REPORTAJE 

Silvia Núñez Esquer

Río Sonora, septiembre 2014.- No hace falta avanzar mucho río arriba para divisar a las primeras mujeres que se integraron al programa de empleo temporal que se abrió ante la emergencia en la cuenca del Río Sonora. El envenenamiento del agua por un derrame de ácido sulfúrico en la mina Buena vista de Cananea, Sonora, a principios de agosto trastocó la vida de quienes vivían tranquilas en actividades domésticas y comerciales, principalmente elaborando productos típicos que ofrecían a visitantes, y enviaban a Hermosillo, entre otras ciudades del Estado.

Jamoncillo, pan, tortillas y  chiltepín son algunos de los alimentos que ellas producen y recolectan para venderlos siendo la principal actividad productiva en la que participan. A 79 kilómetros de Hermosillo, en Ures, ex capital del Estado, muchas son las mujeres, en su mayoría amas de casa que decidieron inscribirse en el programa temporal cortando maleza, limpiando parques públicos. 

Ante el derrame de ácido sulfúrico y otros químicos directo al río Sonora, ellas tuvieron que cambiar los utensilios de cocina, sus charolas donde hornean el pan y comales donde cuecen las tortillas de harina sobaqueras, por azadones, picos y palas. Ataviadas con gorras, lentes obscuros y paliacates en el cuello pasan las horas en el rayo del sol que sube a más de cuarenta grados, arrancando el zacate y hierba que ha crecido abundante por las lluvias. 

Enfrente, el local de la Cruz Roja es centro de distribución de agua purificada. A un lado de éste una gasolinera y una tienda de conveniencia niegan el uso del baño público porque no hay agua. Igual que en las casas el agua está restringida, dos garrafones de 19 litros de agua purificada para cada familia, y seis garrafones para quienes tienen negocio de venta de comida. La otra agua, la del sanitario, o aquella que se usa para lavar el carro, refrescar el cooler o trapear, está saliendo de un pozo. Es el pozo “De la colonia”, ubicado frente a una iglesia cristiana, enseguida de casas habitación y siempre rodeado de pipas con el logo del Grupo Mexico, que esperan cargar agua para irla a distribuir a los diversos sectores de Ures, y otras, para conducirla hacia Mazocahui (30 kilómetros arriba) y Baviácora (21.6 Kilómetros más). 

Y es que las mujeres afectadas dicen que según las autoridades los pozos de Ures no están contaminados, aunque muestran cierta desconfianza. Esto es porque el pozo de La colonia se encuentra muy cerca del río, que, aunque seco en ese tramo, les han instruído que no se acerquen a él. Por su parte, Baviácora, San Felipe de Jesús, Aconchi, Arizpe, Banámichi, y Huépac, sí han sido avisados de que sus pozos fueron contaminados por lo que dependen del agua de Ures.

En nuestro recorrido poco a poco nos damos cuenta que Grupo México se ha adueñado del río, de la ciudad, de las operaciones de emergencia, hasta de los depósitos de basura. Y que Ures, Mazocahui y Baviácora parece pueblos fantasma. Las mujeres se quejan de excesivo trabajo. Han vuelto a cargar cubetas de agua como sus abuelas. Pero hoy no las traen del río sino de las pipas. Duermen mal pues deben estar pendientes de las dos horas en que llega el agua por la llave, algunas veces durante la madrugada, pues es con la que llenan  la lavadora para limpiar la ropa. 

El panorama luce desolador, nadie compra nada, los productos se van quedando, pues nadie quiere comer ni beber nada que no sea embotellado o empaquetado de origen y traído en esa forma. Todas dicen que el gobernador “habló muy bonito” cuando fue, pero que la única ayuda que han recibido es el agua y una despensa. Sin embargo, coinciden en que la afectación no se soluciona solo con garrafones de agua, y que temen que eso sea sólo en las primeras semanas y no tienen la garantía de que sigan surtiendo como hasta ahora. 

Mujeres con azadón

Flor Martínez Pacheco, originaria de Ures, es una de la mujeres que aprendió a usar el azadón. Su esposo se dedica a comercializar jamoncillo, queso, verdolagas, y bledos, pero ante la contaminación del río la gente de Hermosillo, principales consumidores ha dejado de comprarlos. Por medio de la Secretaria de Desarrollo Social, fue que las reclutaron para emplearse temporalmente, con un salario de 804 pesos semanales. Al principio les ofrecieron trabajo de dos semanas, pero posteriormente les avisaron que estarían una semana más. A diferencia de su esposo que trabajaba cuatro días a la semana, obteniendo un ingreso de más de mil pesos por cada día, ella aporta poco más de 100 pesos diarios trabajando desde las seis a las 11:30 de la mañana. Ante la perspectiva que dan las autoridades que estiman tres meses y una semana para que pase la emergencia, Flor está preocupada pues no sabe qué va a pasar, pues el dueño de la mina Buenavista (Grupo México) no se ha hecho responsable de los perjuicios ocasionados a las y los pobladores de las comunidades del río que la mina envenenó con ácido sulfúrico y otros químicos.

Irma Arriola produce pan, coyotas, empanadas y tortillas de harina de trigo y se encuentra muy afectada en su economía. “Estamos batallando por el agua para lavar”, pues a veces la pipas les dan y otras veces no, explica. El agua de garrafón aunque medida, no les ha faltado, pero sí la otra. Como ama de casa siente la carencia de agua para lavar trastes, para cocinar, y para preparar los productos que vende.  La desconfianza de la gente a la que ofrece sus panes es una nueva sombra que la persigue. Antes que nada, le preguntan con qué agua los preparó. La pala y el rastrillo no eran herramientas que ella hubiese utilizado anteriormente, pero ha tenido que familiarizarse, pues dejó de trabajar en lo suyo para buscar seguir con la manutención de su hijo que pronto entrará a la preparatoria. 

Esposa de jornalero, María Clara García Aguilar es otra de las mujeres que limpia parques en Ures. Fue la situación económica la que la llevó a apuntarse para el empleo temporal que ofreció Sedesol. Andar con la pala es mucho más pesado que las labores de ama de casa, comenta. Como muy mal califica la situación, pues los paseos se acabaron. “La cuesta” es el lugar preferido para los habitantes de Ures, pero entre los cambios de vida que están experimentando es que se acabaron los paseos al río, así como la estabilidad económica de que gozaban antes del derrame de tóxicos en el río Sonora. Espera obtener algo de ingreso pues tiene una hija que ingresó a una carrera en  una Universidad privada, por lo que espera le alcance para apoyarla.

Otra de las ahora trabajadoras de la pala y el azadón, quien prefiere que no se mencione su nombre, opinó que las mujeres siempre sufren más ante una crisis de esta naturaleza. Es muy pesado el trabajo en el empleo temporal y todavía deben llegar a su casa a corretear a las pipas, a cargar las cubetas de agua, y “de pilón” corretear el agua para beber. Al principio estaba muy bien todo, pues les daban el agua casa por casa. Después de tres semanas son ellas quienes deben ir a solicitarlas en los centros de distribución. Además les limitan a un garrafón por familia y eso no suficiente,  pues sólo alcanza para beber, pero no para preparar los alimentos. El apoyo ha ido disminuyendo cada vez más, es menos el agua de las pipas,  denuncia. La economía se vino a pique porque muchas actividades no se pueden realizar. Un ejemplo es su esposo que trabaja como ayudante de albañil, y en muchas partes no pueden trabajar porque no hay agua para las mezclas. Ella hacía empanaditas y tortillas por pedido, pero eso quedó suspendido ante la emergencia. El  trabajo temporal es muy cansado, y todavía deben llegar a cargar agua para las necesidades domésticas. Considera que las autoridades ya no están dando ni la información correcta, les dijeron que los pozos no estaban contaminados y sí estaban “no sé por qué no dicen la verdad, así nos cuidaríamos más”, lamenta.   El miedo es otro fantasma, nadie quiere acercarse al río. Las escuelas pospusieron el reingreso a clases hasta el lunes 1 de septiembre, pues no había cisternas ni estaban preparadas para contar con el agua suficiente. Los moscos son una presencia que amenaza con convertirse en plaga y esto empieza a irritar. Crece el temor por una posible epidemia de dengue, pues en todas las casas hay agua cumulada en baldes, tambos y todo tipo de recipiente, muchos de ellos sin tapa, y sólo una vez han fumigado desde que empezó la crisis. 

“Antes no nos limitaban el agua, pero ahora sí. Tampoco nos quieren dar paquetes de botellitas para la escuela de los chamacos”, acusa Patricia Salomé Villa Mejía, quien también se enroló en el empleo temporal. Con pala y rastrillo en mano nos cuenta que su esposo hace trabajos de soldadura y todo tipo de reparaciones, pero el trabajo ha bajado pues no hay circulación de dinero. A veces las pipas no les dan agua, por lo que tienen que ir a corretearlas, “son muy trabajosos”. Se les junta la ropa sucia, y con la limitación del agua purificada tienen una disyuntiva: “O tomas agua o haces comida”.

Para Silvia Montoya Molina, comerciante en Ures la afectación es severa. Con una ubicación privilegiada, frente a la plaza principal, su restaurante hoy luce vacío, igual que la plaza que sábado y domingos solia permanecer llena de familias que acuden a pasear y consumir algunos de los alimentos y golosinas que en los negocios aledaños están a la venta. La crisis la están viviendo con más trabajo, pues ahora se les acumulan más tareas al tener que buscar agua para la sobrevivencia. Como comerciante su ingreso ha bajado a menos de la mitad. Para solucionar el suministro de agua considera que la estrategia es lenta, pues podrían abrir más pozos y no lo hacen. Su principal clientela es la gente que procede de Hermosillo como visitante y que ha dejado de ir. Los abonados a quienes atiende también se fueron pues bajó el trabajo por la falta de agua. Considera que si bien Grupo México es el que provocó la afectación, también el gobierno es responsable pues no vigiló ni hizo cumplir la ley. 

Totalmente afectada psicológica y físicamente se considera Magdalena Trujillo Félix, maestra de preescolar con diez y ocho años de servicio. Cargar cubetas, garrafones, esperar el agua, ha aumentado el estrés de las mujeres, pues mientras hacen una labor, al mismo tiempo están realizando otra por la lentitud  del nuevo método de obtener el agua. Como maestra tiene que poner el ejemplo de higiene y para lograrlo tiene que trabajar más. Por su calle no pasan las pipas pues sólo existen oficinas de gobierno y los entregadores piensan que no hay casas por ahí. Por ello tiene que corretearlos. Son muchos los factores que están afectando a las mujeres. Si antes tenían que levantarse temprano para preparar todo, ahora deben hacerlo  más temprano para acarrear las cubetas para bañarse y para que lo hagan sus hijas e hijos. Considera que no debería haber clases pues se corre riesgo, dado que dependen de que la cisterna esté llena para que funcionen los baños. Es muy seria la situación, y no deberían iniciar todavía las clases. Es una psicosis generalizada y es una desesperación de todos por solucionar, sin medir la importancia del riesgo. Las clases ya se habían suspendido y se reanudaron cuando se dijo que Ures ya tenía agua, lo cual no es cierto, asegura. Les han hablado de un mes de plazo mientras abren otro pozo, pero nada seguro. Magdalena criticó la distribución que hizo el ayuntamiento de Ures, de tinacos proporcionados por la Sedeson, pues hubo privilegios. Al grado de que algunas personas que ya tenían tinaco, obtuvieron otro. En cambio, personas como ella que no tiene ninguno, siguen sin contar con un depósito adecuado de agua. El sindicato de maestros prometió proporcionarles un tinaco, pero como se apuntaron 160 maestras y maestros, no ha podido cubrir el gasto y no ha entregado ninguno. Aquí también se dispersa el miedo pues niños y adultos temen acercarse al río ya que piensan que el agua está envenenada, pero no sólo la que corre, sino la que está en el subsuelo. “Y en cierta forma, tienen razón”, finaliza. 

El estigma

Veintiún kilómetros más delante de Ures, Gloria Esther Martínez Atondo y su esposo atienden un pequeño restaurante ubicado en la carretera Mazocahui-Baviácora. Es medio día y sólo vendieron un desayuno por la mañana, nada más. Están desesperados pues el negocio es de los padres del esposo quienes tuvieron que ir a Hermosillo a atender al señor pues empeoró su diabetes ante los acontecimientos que cimbraron al pueblo recientemente. Gloria Esther narra con desolación cómo toda la producción de chiltepín que está en el patio de sus suegros será desperdiciada en plena temporada, pues no tienen autorización para venderlo, a pesar de que creció antes del derrame. La emergencia sucedió en el peor de los momentos, en verano, cuando los pueblos del río reciben una de las mayores derramas de turismo que gusta de acampar y pasear en las aguas cristalinas y tranquilas del río Sonora, mientras comen los productos locales. Todo eso está paralizado pues nadie quiere visitar la rivera del río, rechazan la carne, las tortillas y coricos,  son vistos con malos ojos, y los chiltepines se van quedando en las bolsitas en las que estaban listos para que los viajeros los compraran en las paradas que suelen realizar para adquirirlos. El chiltepín curtido, tan demandado en esta temporada, se va quedando acumulado sin ser comprado. A la pipa tiene que ir a buscarla, y es tal la necesidad del agua que al no contar con tinaco, lavó un tambo de la basura para poder almacenar agua de la que reparten las pipas. A tres semanas del derrame, nadie quiere compararles la comida porque piensan que la carne está envenenada, sólo compran jugos cerrados y sodas. Mazocahui pertenece al municipio de Baviácora, pero Gloria dice que aquí la gente no está organizada, por lo que no los atienden según la magnitud de la emergencia. A ella sólo le surten un garrafón de agua purificada cada día y como tiene tres niños, no le alcanza. “Pasan los carros del empleo temporal y aquí no llegan. Es malo estar sin saber. Estaría bien que la Secretaría de salud venga a decirnos algo del dengue. Todo se lo llevan a Baviácora. Necesitamos que a nosotros también  nos ayuden, pero aquí la gente no está organizada y nadie avisa de nada”, relata. 

Una de las mujeres que más lamenta la contaminación del río Sonora es María Luisa Ugue, Doña Licha, pues ella nació, y siempre ha vivido en Mazocahui, Sonora. El río es parte de su vida desde que era niña. A sus 74 años no recuerda haber visto una afectación similar. Huérfana de madre, se crió con su abuela Luisa quien tenía un restaurante, entonces único en las setecientas curvas que conforman la sierra de Mazocahui. Recuerda que del río traían el agua para tomar, se iban a bañar al río y ahí también lavaban tallando la ropa en piedras. Se recuerda con una olla y un balde en la cabeza cargando agua hacia la casa. Después que tuvo a sus seis hijos recuerda haber lavado hasta veinte pantalones en una jornada. De la milpa traían sandías, calabazas, elotes y quelites, “Éramos muy pobres, pero muy felices”. Le da mucha tristeza ver lo que se perdió con la contaminación del río pues es parte inherente al pueblo. Para ella el río se murió, pues ha escuchado que tardará años en limpiarse.  “Se acabó todo”, afirma. 

Dudan de su afectación

Siguiendo por los pueblos del río Sonora, llegamos a Baviácora y encontramos a Luz Mercedes Apodaca Corrales, cuyo rostro quemado por el agua del río dio la vuelta al mundo hace unos días. Sus quemaduras por químicos están ahora cubiertas de una gruesa capa de medicamento en forma de pasta blanca que debe cambiar tres veces al día después de asear su cara con un líquido especial. Después de narrarnos una vez más cómo es que se enjuagó la cara cuando decidieron ella y su familia parar un rato en el río y desconociendo la situación de peligro, entró como lo han hecho tantas veces en el tramo de San Felipe de Jesús. Tres veces fue al centro de salud pues no comprendía lo que le estaba pasando. La doctora terminó recomendándole que se fuera a Hermosillo a atender y así lo hizo. Un dermatólogo y dos patólogos la han revisado y tomado muestras. Esta semana tendrá resultados de varios estudios realizados, y sabrá con exactitud el impacto de los daños. A Luz Mercedes, quien ha sido una de las personas más afectadas por contacto directo con el agua contaminada  le brotan lágrimas cuando narra cómo hay periodistas que han puesto en duda que su reacción en la cara haya sido motivada por el agua del río. Describe entonces el ardor, dolor y las ampollas de gran tamaño que aparecieron en su cara, produciendo no sólo dolor en la piel, sino afectaciones en los oídos y ojos. Muestra su pierna derecha con las secuelas de las quemaduras, explicando que el doctor le dijo que en la cara había sido mayor la reacción por ser una piel más delicada.
No pagan a los piperos

La situación se agrava dia a día pues no han sido liquidados los servicios a piperos que fueron reclutados de diversas partes de Sonora. Cuatro mil quinientos pesos diarios es el precio acordado, y son diez y seis días los que han trabajado distribuyendo agua en Ures, Mazocahui y Baviácora, sin que les hayan pagado. Ricardo Valtierres, pipero de Cumpas comenta que al principio les dijeron que serían diez días de contratación, lo cual se prolongó por más tiempo, a tal grado que él calcula no menos de dos meses para que se normalice la situación del agua. En relación a la afectación por el derrame de ácido sulfúrico, comentó que en Nacozari también se encuentran unos jaleros y que el muro de contención que los contiene hace mucho que se rompió,  por lo que cuando hay lluvias, todas las sustancias tóxicas contamina el río Moctezuma,  pasando por Cumpas, y desembocando en la presa El Novillo. 

La crisis en los pueblos del río Sonora es severa, es una verdadera emergencia pues ni siquiera hay un estimado del tiempo que tardarán en limpiar el río. Las mujeres entrevistadas comentan que unos dicen que tardará meses, otros llegan a mencionar de diez a quince años para que vuelva a estar limpio. Pero no existe una información oficial que explique a las y los pobladores con exactitud la magnitud de la afectación,  cuáles serán las consecuencias y a cuánto tiempo. Los animales siguen tomando agua y caminando sobre el lecho del río, no obstante los avisos de contaminación. Sin embargo, ni el sector salud, ni las otras dependencias han emitido una alerta por la magnitud de lo ocurrido. El río está envenenado, y la población empieza a desesperarse, pues si sigue la paralización económica, pronto habrá un desplazamiento forzado masivo ante lo que algunos se lamentan diciendo: “Nos mataron al río”. 


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