miércoles, 18 de julio de 2012

La suerte de ser mujer


Margarita Bejarano Celaya*

Ante la posible confirmación de que Enrique Peña Nieto asuma la Presidencia de la República, se especula sobre la actuación protagónica de Angélica Rivera como “primera dama” del país. Aunque hemos votado para elegir presidentes y no para que sus parejas asuman facultades y actividades de interés nacional, el papel de las esposas de los presidentes ha estado marcado por responsabilidades impuestas o asumidas voluntaria y tácitamente. Las opiniones no discuten sólo las atribuciones implícitas –no constitucionales y no reguladas- de ser la pareja sentimental del hombre que tiene a su cargo la administración del país y al que legalmente se le confieren facultades para procurar el bienestar de la población, pero sí la pertinencia de que una mujer del espectáculo ocupe ese papel asistencial vinculado a la reproducción de valores tradicionales.

El debate está inserto en uno más amplio, refleja la situación de las mujeres mexicanas y su posición en la estructura social. Se trata de la situación subordinada de las mujeres en todos los ámbitos de acción, misma que permite que sean violentadas de múltiples formas: que se le impongan actividades y trabajos no remunerados, no regulados y socialmente devaluados; cargas y roles contradictorios, así como la exposición pública por su desempeño, entre otras manifestaciones de violencia simbólica, económica y comunitaria hacia las mujeres y lo femenino.

Justo un día previo a las votaciones, en Hermosillo más de un centenar de personas salieron a la calle, con vistosos y atrevidos atuendos, lucieron sus cuerpos semidesnudos y pintados con consignas reivindicativas del derecho de las mujeres a vivir libres de violencia en la casa, el trabajo y la calle: se vivió La Marcha de las Putas en Hermosillo. Pese a lo que simplistamente algunos medios de comunicación recogieron, no se trataba de una manifestación del gremio de las trabajadoras sexuales, sino de una sarcástica manera de decir basta de que a las mujeres se les culpabilice por la violencia sexual que enfrentan. Vale la pena recordar que The Sluts Walk (nombre original) es un movimiento iniciado en Canadá en 2011 ante la indignación que causara la declaración del policía Michael Sanguinetti de que las mujeres deberían dejar de vestirse como putas si querían evitar ser violadas y agredidas sexualmente.

Uno de los objetivos de La Marcha es dejar claro a la sociedad que no importa cómo las mujeres se vistan, cómo luzcan, en qué trabajen, cuál sea su expresión de la sexualidad, si andan solas o acompañadas, que no importa la hora y el lugar en que se encuentren… su cuerpo y su dignidad no deben ser blanco de violencia, no deben ser objeto de insulto y degradación sólo por ser mujeres. 

Aplica esto perfectamente a la discusión del papel de consorte del virtual presidente, ya que lo que priva en el caso específico de Angélica Rivera, no ha sido un serio cuestionamiento de la figura innecesaria de la primera dama, la transparencia de los recursos que manejará y la pertinencia de sus actos públicos; lo que ha sobresalido es la valoración de su desempeño como mujer, aduciendo a detalles de su vida personal -que por cierto no cumplen con el estereotipo aceptado tradicionalmente como una buena mujer y madre de familia. 

Personalmente creo que se vale criticar el desempeño profesional de cualquier mujer y su posible papel como primera dama. Lo no válido es juzgarla por el sólo hecho de no ajustarse a lo socialmente esperado de ella (ser esposa del mismo hombre hasta que la muerte llegue, hacerse cargo del cuidado de la familia, no lucir su cuerpo desnudo -o semi- en fotografías y películas). No es válido estigmatizar su profesión y sentirse con poder de cuestionar su vida íntima como si fuera de interés social. No se debe permitir que se denigre su humanidad por un estereotipo sexista que busca devaluar lo femenino y transgredir los límites de lo público y lo privado. No se trata sólo de tener la “suerte” de ser consorte del presidente o de ser puta, se trata de respetar la mera coincidencia biológica y social de ser mujer de la manera en que lo quiera ser.

*Doctora en Ciencias Sociales, El Colegio de Sonora

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