Acerca de La hora de la siesta, documental
Pablo Aldaco
En estos días aciagos en que el país está
en vilo, con un ánimo gris y taciturno, acudí a ver el documental “La hora de
la siesta”, que trata de la tragedia de la Guardería ABC de Hermosillo. Un
estreno cinematográfico mezclado con el agrio y macabro sabor de la masacre de
Ayotzinapa.
Una modesta carpa en la Plaza Río de
Janeiro de la colonia Roma, en la ciudad de México, cobijaba al nutrido público
que se dio cita en el evento. Ahí estaban Abraham Fraijo, padre de una de las
bebés fallecidas, Emilia; la directora del documental, Carolina Platt Soberanes,
y miembros de la producción. Poco más de cuatro años pasaron para que la cinta saliera
a la luz, cuenta Platt, debido a trabajos de investigación y búsqueda de
recursos y financiamiento.
Algunos curiosos se acercan y preguntan a
personal de afuera que si de qué se trata, qué va a haber, y muchos de ellos,
jóvenes y no tan jóvenes, acceden a la función.
La Hora de la Siesta o The
naptime en inglés -la película está subtitulada- trata de dos familias de bebés
fallecidos en el incendio y de cómo han ido sobrellevando y sublimando un
pasado y una pérdida tan dolorosas pues, desde aquel 5 de junio de 2009, la
vida les cambió para siempre.
El recuerdo prevalece rígido, pero se
endulza cuando los padres de Yeyé y Mariana muestran fotografías y videos de
sus ángeles jugando, bailando. Su locura infantil pone brillosos los ojos de
los espectadores, la piel de gallina en un país de luto. He aquí la ternura y
la impotencia. El cálido recuerdo de cada uno de nosotros al ver esos rostros
y, de pronto, sentirse niño otra vez, sentirse libre. “Esos locos bajitos”,
canta Serrat describiendo a los niños.
La hora de la siesta, mucho más que un documental, es una
historia de amor de dos familias que, tras haber perdido a sus hijos, logran
salir adelante, pero sin eliminar las cicatrices que deja de por vida la
pérdida mayúscula del ser al que más se quiere.
Estela, madre de Yeyé, da su testimonio;
muestra los juguetes de su hijo que se ha marchado, entre lágrimas, en una
rueda de prensa. “Éstos eran los juguetes de mi niño”. Sus ojos muestran
impotencia. Tiempo después es llevada a un psiquiátrico, debido a las crisis
incontrolables sufridas tras la desaparición física de su hijo. Meses después,
dada de alta y ya en casa, dice tener vagos recuerdos de su bebé. Quizá el
propio dolor o el amor a su hijo sean los causantes de esas lagunas.
Abraham viaja a la playa; gusta de tomar
fotografías en Bahía de Kino, mar del desierto de Sonora, a la hora del
crepúsculo. Dice no olvidar, pero también expresa su amor a la vida, su deseo
por seguir caminando.
En la sesión de preguntas y respuestas, Abraham
Fraijo, con una sinceridad característica, expresa: “Yo pensaba que eso de las
marchas era cosa de vagos, de huevones, pues así me educaron, hasta que me tocó
a mí, y salí a marchar”.
¿Qué es un niño? ¿Qué es una niña? Es un
diamante en bruto, la inocencia pura encarnada.
Un joven pregunta por qué la directora se
enfocó sólo en los papás de dos de los bebés fallecidos, y ella explica que
quiso hacer una síntesis.
Desde mi punto de vista, el objetivo de la
directora no era documentar una denuncia, sino plasmar los sentimientos de un
duelo más que simbólico en el corazón de dos padres.
Han pasado cinco años y medio desde aquel
aciago junio que conmovió al mundo, cuando hasta la gente más apática de la
sociedad sonorense despertó y, como
nunca, comenzó a marchar en las calles, algo nunca antes visto: “Justicia ABC”.
Y al pasar lista de los bebés fallecidos, la respuesta sigue siendo, como
consigna: “No debió morir”.
Eduardo Bours, ex
gobernador de Sonora, y otros muchos involucrados, siguen sin enfrentar la
justicia, como es de esperarse en este país. Versiones
extraoficiales apuntan a que el gobierno de Sonora mandó quemar, aquel fatídico
día, unos papeles que comprometían al PRI en las próximas elecciones de ese
entonces, los cuales se encontraban resguardados en una bodega contigua a la
guardería: ése fue el origen del incendio.
Irónicamente,
como si se tratara de un auto boicot, la ciudadanía respondió con un rotundo
voto de castigo y el PRI perdió las elecciones.
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