Silvia Núñez Esquer
Nogales,
Sonora, agosto 2014.- Rosa ya no tiene lágrimas, no habla, no se mueve. Sus
ojos rasgados se han cerrado más de lo acostumbrado, ha llorado por dos noches
y un día y medio completos. No quiere voltear a ver a nadie, obedece cuando le
dan a tomar agua, cuando le frotan un poco de alcohol en el cuello y brazos,
tratando de reanimarla. Está ida, no parece darse cuenta de lo que ocurre.
Pronto nos percatamos de que esto no es así, lo que pasa es que su mirada sólo
tiene una dirección: El ataúd de su hija Dina Elizabeth López Muñoz, el cual
permanece frente al altar de la capilla de Santa María, contigua al Hospital
del Socorro, escuela y lugar de trabajo de Dina.
Es blanco y
pequeño, casi como para una niña. Dina era una mujer de 21 años, bajita de
estatura y delgada, por eso las dimensiones del féretro. Es blanco porque era
el color de su vida. Así era su uniforme
de Enfermera; también era el color de su bondad para asistir a los demás, ya sea
en su vida particular o en su vida profesional. Pero si su existencia terminó a
una corta edad como son 21 años, más temprana era cuando casi niña, a los 17,
empezó a salir con el que después sería el padre de su hija, Luis Alfonso Díaz
Zamora.
Como
estudiante de Enfermería tomaba diariamente camiones urbanos para trasladarse.
Fue en alguno de esos viajes que conoció a su después pareja, quien conducía uno
de esos vehículos pues era chofer. Así inició una relación con un hombre 16
años mayor que ella, divorciado y quien más adelante cambió el volante de un camión
por el de un taxi. Durante los años que convivieron él ejerció violencia contra
ella, física, psicológica, patrimonial, y se atrevió a controlar sus
movimientos, al grado de encerrarla con llave en la casa donde vivían juntos,
para que no fuera a trabajar, a la vez que rompía sus uniformes y zapatos
especiales de Enfermera. Hoy Dina descansa en un panteón, pues el pasado 29 de
julio el procurador de Sonora les confirmó que un cuerpo sin vida hallado el 16
de abril era el de su hija. Tres meses después, han podido sepultarla.
En el cementerio
Rosa camina con dificultad y apoyada en dos personas que la ayudan a moverse
muy lentamente como quien sufre alguna atrofia muscular. Siendo una mujer sana
que acostumbra hacer ejercicio diariamente, en estas condiciones sus piernas no
responden a la voluntad de caminar. Avanza con lentitud mientras el ataúd de su
hija es colocado en el panteón municipal de Nogales para ser despedida y vista por
última vez por sus familiares y amistades. Ahí Rosa rompe el silencio, irrumpe
en un llanto de lamentación infinita y se dirige a su hija: "Yo te esperaba
siempre para comer juntas, pero tu ya no llegaste nunca. Yo salía todos los
días a buscarte, porque tenía la esperanza de encontrarte… siempre tenía la
esperanza de encontrarte. Ahora sí mi niña, se me fue la última esperanza, ya
nunca te voy a volver a ver. Yo le dije a Dios que le cambiaba mi vida por la
tuya, pero él no me quiso escuchar".
Dina desapareció
el 22 de marzo pasado cuando fue llevada al trabajo por su ex pareja
sentimental y padre de su hija de un año siete meses de edad, de quien estaba
separada desde el último incidente de violencia tres semanas atrás. Ella nunca llegó
a trabajar y su familia duró más de cuatro meses peregrinando en las diversas
instancias de procuración de justicia, sin obtener información de parte de las
autoridades sobre el estado de la investigación que deberían estar haciendo
sobre la desaparición de la Enfermera.
Cientos de
volantes fueron pegados en postes y otros lugares. Se desplazaron a Hermosillo a
275 kilómetros al sur de Nogales para volantear y pedir la colaboración de la
ciudadanía para encontrarla. En esta ciudad capital acudieron a la Procuraduría
General de Justicia del Estado, en donde fueron recibidos en la subprocuraduría
de averiguaciones previas, sin que
tuvieran un informe oficial de las líneas de investigación y sus hipótesis
sobre probables responsables. La última persona que la vio con vida, su ex
pareja, nunca ha sido citado a declarar en relación a la desaparición, y se
encuentra en la ciudad de Nogales desempeñando normalmente sus labores como
taxista.
Al no
obtener respuesta de las autoridades en tantos meses, decidieron interponer una
queja ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos por las omisiones de la
Procuraduría y todas las personas que intervinieron confundiendo a la familia
como si el único interés de ésta fuera identificar si el cuerpo encontrado en
abril, era el de su hija desaparecida en marzo, dejando de lado la
investigación integral por la desaparición y el feminicidio de Dina. La
principal excusa era que la herramienta para hacer los exámenes de
identificación genética estaba descompuesta y que no había dinero para repararla.
Otra incongruencia que sólo generó más dolor a los familiares, fue que informalmente
les dijeron que el cuerpo hallado en Las Bellotas en abril ya había sido
enterrado, lo cual era falso. En todo caso, lo único que confirmó el resultado de
la prueba de ADN es que Dina estaba muerta.
Dina llamó
al menos tres veces a la policía pidiendo auxilio. La tercera logró que
detuvieran a su ex pareja y la libraran de esa pesadilla momentáneamente. A
partir de ese momento ella decidió separarse y regresar a la casa materna
buscando seguridad para ella y para su pequeña hija. Cuatro meses después sólo
hay un ataúd, un entierro y un recuerdo amoroso de una madre que no encuentra
consuelo, y de hermanas, hermano, padre y demás familiares y amistades que no
encuentran una explicación ante tanto pesar por ese fin tan dramático e
inesperado.
Ante este
panorama que se repite, suenan huecas las campañas de las autoridades haciendo
el llamado a que las mujeres víctimas de violencia de género denuncien y se
alejen del agresor. No tienen una estrategia de congruencia entre lo que
ofrecen y la realidad que se vive a diario. El domingo es día de descanso para
quienes trabajan atendiendo violencia intrafamiliar, pero no lo es para los
agresores potencialmente feminicidas.
Hay un
alejamiento entre la norma jurídica y la actuación de las autoridades y
policías. El protocolo de actuación policial en materia de violencia de género
sólo es un documento ilustrativo que no se aplica, y tal vez ni lo conozcan los
propios policías. Que se incluyera el delito de feminicidio en el Código penal
del Estado fue un logro, pero corre un riesgo, ser un trofeo de la sociedad
civil, y un mero cumplimiento de la presión internacional para las autoridades,
que para nada va en un sentido de hacerlo suyo para salvar vidas de mujeres,
sino cumplir metas requeridas como país ante la comunidad internacional.
Las vidas
de las mujeres siguen sin importar. Todos los días, pero particularmente los
fines de semana las mujeres sufren grave desprotección, extrema indefensión.
Cuando al pedirme orientación sobre qué hacer en caso de violencia extrema,
seguido me cuentan: “Silvia ya marqué al 066 y me dijeron que no, que tenía que
ir directo a la PEI, pero hasta mañana lunes. Me dieron el número 2120340, pero
nadie contesta ¿Será porque es domingo?. Yo no entiendo, tanto que hablan las
autoridades correspondientes del tema y a la mera hora no hay ayuda…así cómo
pues…”
Las
respuestas telefónicas en el 066, en el MP, en el ISM, son las mismas: “Es
domingo, pero no es aquí, vaya mañana”. Y ese mañana tal vez no llegue y se
convierta en el ayer que tanto anhelan hoy Rosa Muñoz y su familia.
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