martes, 12 de agosto de 2014

Comer



La Red solidaria sonorense supera a la cruzada contra el hambre

Silvia Núñez Esquer

Hermosillo, Sonora, 12 agosto 2014.- Las vías del tren son asiento, cocina, mesa para comer, hotel temporal, cama, estancia, y además son una opción que lleva a caminos infinitos al interior o sobre el tren. El cuadro que se observa a unos metros de la otrora estación del ferrocarril de Hermosillo es la de una gran casa sin techo en donde conviven los que llegan con los que se estacionaron temporalmente, al frente de las vías del tren. 

Hay algunos que llevan meses y han construido una pequeña casa con materiales de recicle como cartón, telas, plásticos y otros. La razón es que provenían de Estados del sur del país rumbo a la frontera norte, para tratar de internarse en Estados Unidos. Algunos ya lo hicieron y fueron deportados como personas indocumentadas, otros simplemente migraron para buscar trabajo en el campo pues en sus estados no lo hay, encontrándose con que en Sonora tampoco. No obstante, se estacionan por un tiempo a esperar la temporada de la pizca en los campos que cultivan la vid. 

Ahí hay migrantes deportados, en tránsito, algunos llegaron en el tren carguero del día anterior y están en espera del que pasará en la madrugada para saltar hacia él, aferrándose a cualquier agarradera que sea útil para escalar hacia el techo. Mientras, las y los migrantes comen lo que pueden, duermen, descansan, cuidan sus pertenencias, se bañan, lavan la ropa, pero no se olvidan de buscar ansiosamente un teléfono para reportarse con sus familiares y poderles decir un escueto y rápido: “Estoy bien, ando en Hermosillo, al rato me voy en el tren”. Para poderlo hacer, piden un teléfono prestado, compran una tarjeta telefónica cuyo saldo no alcanza para hablar mucho hasta Honduras, Chiapas o Jalisco, lugares de donde proviene la mayoría.  Por ello, antes de que la llamada se corte, apuradamente insisten: “Estoy bien, nomás te llamo para decirte que estoy bien”.

No es difícil imaginar que en el otro extremo se encuentra una mujer o varias, y niños y niñas esperando ese ansiado reporte. Como el de Jonnhy,  de Honduras, quien dice que sus tatuajes en los brazos y pecho, son en honor de su hija de nueve años y de su esposa. 

A las vías también “recalan” los que tienen hambre, aunque no sean migrantes foráneos, porque saben que el domingo, en ese lugar grupos organizados de la sociedad civil les llevan comida, ropa, zapatos, artículos de higiene personal, les cortan el cabello gratuitamente, y a veces, cuando hay, también les regalan dulces. Ese espacio, entre las vías del tren y una gran barda ahumada que habla de los inviernos en los que las fogatas son su única forma de calentarse, es lugar de residencia para los rostros de la exclusión. 

Virginia está sintiendo "a su hijo"

Llegó de Jalisco hace unos meses, iba hacia el norte con un compañero que la trataba mal, “me daba muchos golpes con todo lo que encontraba”,  narra. Se separó de él y sobrevive vendiendo cigarros sueltos “aquí a los muchachos”, dice refiriéndose a los migrantes que están de paso esperando el tren para seguir su travesía hacia el norte.

Es tan delgadita como una niña de no más de once años. Con confianza platica entusiasmada que ya tiene otro compañero y como una gran mejoría en su relación nos cuenta: “Este no me pega, me trata bien, estoy bien así”. Continúa con su plática para decirnos que está sintiendo algo en la panza y que cree que es un bebé. ¿Estás embarazada? Le pregunto. Sí, yo creo que sí –contesta sonriendo – mientras exhibe una dentadura a la que le faltan varios dientes, entre ellos los dos superiores de enfrente. ¿Y ya fuiste al doctor?

La cuestiono. “No, yo voy hasta que ya lo voy a tener”, responde convencida. ¿Entonces ya has tenido otro hijo? Viene un sí de inmediato, complementado con “Tengo cuatro más, están en Zacatecas, con su papá, ellos viven con su papá”.  Y continúa su narración: “Este muchacho me dice que es del otro, pero yo le digo que no piense que es del otro, que piense que es de él, porque ahora el está conmigo”.

Aquí también hay Patronas

Formada en su mayoría por mujeres de la sociedad civil, la Red solidaria Sonora (RSS), así como Las Patronas en Veracruz,  ha encontrado en las vías del tren otro de los centros de reunión para las personas que no cuentan con lo elemental para sobrevivir: la comida. Para apoyar a quienes se encuentran sin dinero, sin familiares, sin instituciones que los contemplen como personas sujetas de derecho,  la RSS acude cada domingo a suplir al comedor que un sacerdote coordina cerca de ese sitio, para que las y los migrantes puedan obtener alimento de lunes a sábado.

La RSS inició sus labores como un pequeño grupo,  cuando se dieron cuenta de que por fuera del Hospital General del Estado, ubicado en Hermosillo por días vivían familiares de personas internadas y que éstos muchas veces provenían de otros puntos del Estado, incluso durmiendo en el piso por fuera del nosocomio, sin comer, sin bañarse, sin cambiarse de ropa. 

Así se percataron de que esas personas no tenían un solo peso para comer, por lo que terminaban pidiendo dinero o comida para subsistir mientras su familiar permanecía internado.  Así decidieron hacer una sola cosa: dar cena. Poco a poco se fueron consolidando y la red fue creciendo, hasta llegar a lo que hoy día es: una sólida agrupación ciudadana que ha demostrado que sin necesidad de un patronato, o sin la parafernalia de una Institución de Asistencia Privada, (IAP) se puede solventar una necesidad inmediata. 

El año pasado la RSS tuvo que resistir los ataques de la dirección del Hospital General que se oponía a que dieran cena afuera del hospital, pues los comensales se han diversificado y ya no sólo son familiares, sino migrantes que están de paso en Hermosillo, personas en situación de calle, y éstos “afean” la ciudad. Al final la decisión fue cercar el hospital para que la cena se sirva en la banqueta o en otro lugar.

Con el lema “No queremos tu dinero, queremos un poco de tu tiempo”, cada noche, desde el 22 de diciembre de 2013, sin burocracia, sin pedir credencial de elector como lo hacen otros “benefactores” acuden rondas de personas solidarias que preparan ellas mismas la comida que más tarde servirán a ese ejército cada vez más grande de personas que no por elección, sino por exclusión, sólo quieren una cosa: comer.


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