Z. Margarita Bejarano Celaya[1]
Hace
más de un siglo se instauró la conmemoración del Día Internacional de
las Mujeres, como una acción afirmativa para visibilizar las luchas de
las mujeres por sus derechos civiles y laborales. Pese a la incansable
labor que han hecho muchas mujeres en lo particular y/o en
organizaciones, con el apoyo solidario de hombres e instituciones, la
consigna de pleno respeto a sus derechos todos no ha sido alcanzada. Hoy
más que nunca se reconoce la vigencia del 8 de marzo como un necesario
día de reflexión en torno a la situación de las mujeres en los
diferentes espacios, aunque desde luego todos los días deben ser de
acción por cambiar la situación de inequidad.
En
1911, cuando la socialista Clara Zeltkin proponía que día de la mujer
fuera de conmemoración internacional, todavía se libraba una batalla por
el reconocimiento de las mujeres como humanas y ciudadanas; en México,
por ejemplo, las mujeres éramos consideradas como menores y
dependientes, no teníamos todavía facultades para votar y ser votadas;
sin embargo aunque se ha avanzado en muchos aspectos también se han
acumulado una serie de pendientes y se han agregado nuevos causales de
indignación producto de los cambios sociales y económicos. Cuando se
cuestiona sobre la relevancia de estos actos simbólicos y su pertinencia
es que hacer este tipo de ejercicios resulta útil para entender que las
protestas y las manifestaciones, los eventos que visibilizan los
trabajos y las potencialidades de las mujeres como personas
inteligentes, autónomas y productivas ayudan en el avance y
reconocimiento de sus derechos.
Actualmente,
nadie negaría en público que las mujeres sean ciudadanas, que las
trabajadoras tengan los mismos derechos laborales que los hombres. El
discurso debe incluir los términos de equidad, igualdad, derechos
humanos, perspectiva de género, sustentabilidad y una larga lista de
etcéteras, para cumplir con lo políticamente correcto, con lo que todas y
todos queremos escuchar. Pero en la práctica, nos enfrentamos a una
realidad muy distinta, nos cuesta trabajo hacer tangibles esos
conceptos. Por ejemplo: el 28 de febrero un grupo de maestras y
trabajadores del Departamento de Lenguas Extranjeras de la Universidad
de Sonora realizaron una marcha en protesta porque el Departamento de
Recursos Humanos les negó a tres maestras de horas sueltas el permiso de
lactancia, al que por contrato colectivo tienen derecho. Esto es una
franca violación, no a uno sino a varios derechos humanos y laborales de
las trabajadoras y de sus hijas e hijos. Sucede justamente cuando se
supone que todas las instituciones de educación superior pertenecientes a
la ANUIES deben tener un programa transversal de perspectiva de género y
cuando en la Universidad se han iniciado varias acciones muy loables
para llevarlo a la práctica ¿Qué está pasando?
Mientras
acompañaba a las maestras manifestantes -y coreábamos la consigna:
¡Maestras lactando seguimos trabajando!- pude escuchar a varias maestras
adultas que instaban a las más jóvenes a no desistir de la lucha, ya
que ellas en su momento se vieron forzadas a abandonar horas de trabajo y
retrasar sus promociones o aspiraciones del tiempo completo mientras
sus hijas/os eran pequeños y requerían más cuidados. Afortunadamente
estas maestras jóvenes cuentan con el apoyo de sus compañeras y
compañeros de trabajo, de un sindicato, de organizaciones feministas, de
medios de comunicación y encontraron un espacio de interlocución
positivo con las autoridades universitarias. Al parecer sus dos
descansos diarios de 45 minutos serán respetados. Lo cierto es que si no
se organizan, si no se hacen visibles, las trabajadoras, las mujeres
están en medio del discurso progresista y de las prácticas tradicionales
que las subordinan y les niegan sus derechos.
[1] Doctora en Ciencias Sociales por el Colegio de Sonora, especialidad en Desarrollo Económico y Exclusión Social. mbejarano@colson.edu.mx.
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